Miércoles, 19 de febrero:
La venida del Hijo del hombre
Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: "YO SOY EL QUE SOY. ... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros". Éxodo 3:14. Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo, cuando vino "en semejanza de los hombres", se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios, "manifestado en carne". 1 Timoteo 3:16. Y a nosotros nos dice: "'YO SOY el buen pastor'. 'YO SOY el pan vivo'. 'YO SOY el camino, y la verdad, y la vida'. 'Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra'. Juan 10:11; 6:51; 14:6; Mateo 28:18. 'YO SOY la seguridad de toda promesa'. 'YO SOY; no tengáis miedo'". "Dios con nosotros" es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo (El Deseado de todas las gentes, p. 16).
Cristo no necesita en su intercesión como nuestro Abogado de la virtud de ningún hombre, ni de la intercesión de ningún hombre. Cristo es el único que lleva los pecados, la única ofrenda por el pecado. Las oraciones y la confesión deben ofrecerse únicamente a Aquel que entró una vez para siempre en el Lugar Santo. Cristo ha declarado: "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". Él salvará hasta lo sumo a todos los que se allegan a él por fe. Vive siempre para interceder por nosotros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. p. 925).
En la historia de José, Daniel y sus compañeros, vemos cómo la áurea cadena de la verdad puede ligar a la juventud al trono de Dios. No podían ser tentados a apartarse de su integridad. Valoraron el favor de Dios por encima del favor y la alabanza de los príncipes, y Dios los amó y los cobijó bajo su escudo.
El Señor los honró señaladamente delante de los hombres por su fiel integridad, por su determinación a honrar a Dios por encima de todo poder humano. Fueron honrados por el Señor Jehová de los ejércitos, cuyo poder se extiende sobre todas las obras de sus manos, arriba en el cielo y abajo en la tierra. Estos jóvenes no se avergonzaban de desplegar su verdadero estandarte. Hasta en la corte del rey, en sus palabras, en sus hábitos, en sus prácticas, confesaron su fe en el Señor Dios del cielo. Rehusaron inclinarse ante cualquier mandato terrenal que detrajera el honor de Dios. Tenían fuerza del cielo para confesar su lealtad a Dios (Mensajes para los jóvenes, pp. 24, 25).
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