Martes, 31 de marzo:
La Biblia como profecía
El tiempo de la venida de Cristo, su ungimiento por el Espíritu Santo, su muerte y la proclamación del evangelio a los gentiles, habían sido indicados en forma definida. Era privilegio del pueblo judío com prender estas profecías, y reconocer su cumplimiento en la misión de Jesús. Cristo instó a sus discípulos a reconocer la importancia del estudio de la profecía. Refiriéndose a la que fue dada a Daniel con respecto a su tiempo, dijo: “El que lee, entienda”. Mateo 24:15. Después de su resurrección, explicó a los discípulos en todos los profetas” “lo que de él decían”. Lucas 24:27. El Salvador había hablado por medio de todos los profetas. “El espíritu de Cristo que estaba en ellos prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas”. 1 Pedro 1:11 —El Deseado de todas las gentes, p. 201.Pablo mostró cuán estrechamente había ligado Dios el servicio de los sacrificios con las profecías relativas a Aquel que iba a ser llevado como cordero al matadero. El Mesías iba a dar su vida como "expiación por el pecado”. Mirando hacia adelante a través de los siglos las escenas de la expiación del Salvador, el profeta Isaías había testificado que el Cordero de Dios “derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los perversos, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”. Isaías 53:7, 10, 12.
El Salvador profetizado había de venir, no como un rey temporal, para librar a la nación judía de opresores terrenales, sino como hombre entre los hombres, para vivir una vida de pobreza y humildad, y para ser al fin despreciado, rechazado y muerto. El Salvador predicho en las
Escrituras del Antiguo Testamento había de ofrecerse a sí mismo como sacrificio en favor de la especie caída, cumpliendo así todos los requerimientos de la ley quebrantada. En él los sacrificios típicos iban a encontrar la realidad prefigurada, y su muerte de cruz iba a darle significado a toda la economía judía - Los hechos de los apóstoles, pp. 184, 185.
En la historia de las naciones el que estudia la Palabra de Dios puede contemplar el cumplimiento literal de la profecía divina. Babilonia, al fin quebrantada, desapareció porque, en tiempos de prosperidad, sus gobernantes se habían considerado independientes de Dios y habían atribuido la gloria de su reino a las hazañas humanas. El reino medo-persa fue objeto de la ira del Cielo porque en él se pisoteaba la ley de Dios. El temor de Jehová no tenía cabida en los corazones de la vasta mayoría del pueblo. Prevalecían la impiedad, la blasfemia y la corrupción. Los reinos que siguieron fueron aún más viles y corruptos; y se fueron hundiendo cada vez más en su falta de valor moral... Esto se presenta claramente tan solo en la Palabra de Dios. En ella se revela que la fuerza tanto de las naciones como de los individuos no se halla en las oportunidades o los recursos que parecen hacerlos invencibles; no se halla en su jactanciosa grandeza. Se mide por la fidelidad con que cumplen el propósito de Dios --Profetas y reyes, pp. 367, 368.
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