Domingo, 26 de abril:
La Biblia como norma interpretativa
Es bueno estudiar detenidamente las enseñanzas de la Escritura e investigar “las profundidades de Dios” hasta donde se revelan en ella, porque si bien “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios,” “las reveladas nos pertenecen a nosotros.”6 Pero Satanás obra para pervertir las facultades de investigación del entendimiento. Cierto orgullo se mezcla con la consideración de la verdad bíblica, de modo que cuando los hombres no pueden explicar todas sus partes como quieren se impacientan y se sienten derrotados. Es para ellos demasiado humillante reconocer que no pueden entender las palabras inspiradas. No están dispuestos a esperar pacientemente hasta que Dios juzgue oportuno revelarles la verdad. Creen que su sabiduría humana sin auxilio alguno basta para hacerles entender la Escritura, y cuando no lo logran niegan virtualmente la autoridad de ésta. Es verdad que muchas teorías y doctrinas que se consideran generalmente derivadas de la Biblia no tienen fundamento en lo que ella enseña, y en realidad contrarían todo el tenor de la inspiración. Estas cosas han sido motivo de duda y perplejidad para muchos espíritus. No son, sin embargo, imputables a la Palabra de Dios, sino a la perversión que los hombres han hecho de ella. (El Camino a Cristo pp. 77,78)
Cuando surgen errores y son enseñados como verdad bíblica, los que están conectados con Cristo no confiarán en lo que dice el ministro, sino que -como los nobles bereanos- escudriñarán cada día las Escrituras para ver si estas cosas son así. Al descubrir cuál es la palabra del Señor, se pondrán de parte de la verdad. Oirán la voz del verdadero Pastor, que dice: “Este es el camino, andad en él”. De esa manera serán instruidos para hacer de la Biblia su consejero, y no oirán ni seguirán la voz de un extraño. (Fe y obras, p. 73)
La Palabra de Dios es verdadera filosofía, verdadera ciencia. Las opiniones humanas y la predicación sensacional valen muy poco. Los que están imbuidos de ella, la enseñarán de la misma manera sencilla que Cristo la enseñó. El mayor Maestro del mundo usaba el lenguaje más sencillo y los símbolos más claros.
El maestro de verdad puede impartir eficazmente aquello que él mismo conoce por experiencia. Cristo enseñaba la verdad porque él mismo era la verdad. Su propio pensamiento, su carácter, la experiencia de su vida, se personificaban en su enseñanza. Así también con sus siervos: los que enseñan la Palabra deben hacerla suya por experiencia personal. Deben saber lo que es tener a Cristo para ellos mismos como sabiduría y justicia y santificación y redención. (Consejos para los maestros pp. 350, 351)
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