Sábado de tarde, 4 de abril
Solo es un verdadero estudiante el que recibe las Escrituras como la voz de Dios que le habla. Tiembla ante la Palabra; porque para él es una viviente realidad. Abre su entendimiento y corazón para recibirla. Oyentes tales eran Cornelio y sus amigos, que dijeron al apóstol Pedro: "Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado”. Hechos 10:33.
El conocimiento de la verdad depende no tanto de la fuerza intelectual como de la pureza de propósito, la sencillez de una fe ferviente y confiada. Los ángeles de Dios se acercan a los que con humildad de corazón buscan la dirección divina. Se les da el Espíritu Santo para abrirles los ricos tesoros de la verdad -Palabras de vida del gran Maestro, p. 39.
La Biblia es la voz de Dios hablándonos tan ciertamente como si pudiéramos oírlo con nuestros oídos. La palabra del Dios viviente no está solo escrita, sino que es hablada. ¿Recibimos la Biblia como el oráculo de Dios? Si nos damos cuenta de la importancia de esta Palabra, con qué respeto la abriríamos, y con qué fervor escudriñaríamos sus preceptos! La lectura y la contemplación de las Escrituras serían consideradas como una audiencia con el Altísimo.
La Palabra de Dios es un mensaje que debemos obedecer, un volumen para consultar a menudo y con cuidado, y con un espíritu deseoso de asimilar las verdades escritas para la admonición de aquellos a quie nes han alcanzado los fines de los siglos. No debe ser descuidado en favor de cualquier otro libro -En los lugares celestiales, p. 136.
Dediquemos más tiempo al estudio de la Biblia. No entendemos la Palabra como deberíamos. El libro del Apocalipsis se inicia con una orden a entender la instrucción que contiene. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía—declara Dios, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca”. Cuando como pueblo comprendamos lo que significa este libro para nosotros, se verá entre nosotros un gran reavivamiento. No entendemos plenamente las lecciones que enseña, a pesar del mandato que nos fue dado de escudriñarlo y estudiarlo — Testimonios para los ministros, p. 113.
El origen y la naturaleza de la Biblia
Los fariseos de los días de Cristo cerraron los ojos para no ver y los oídos para no oír, y en esa forma, la verdad no les pudo llegar al corazón. Habían de sufrir el castigo por su ignorancia voluntaria y la ceguera que se imponían a sí mismos. Pero Cristo enseñó a sus discipulos que ellos habían de abrir su mente a la instrucción y habían de estar listos para creer. Pronunció una bendición sobre ellos porque vieron y oyeron con ojos y oídos creyentes...Solo es un verdadero estudiante el que recibe las Escrituras como la voz de Dios que le habla. Tiembla ante la Palabra; porque para él es una viviente realidad. Abre su entendimiento y corazón para recibirla. Oyentes tales eran Cornelio y sus amigos, que dijeron al apóstol Pedro: "Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado”. Hechos 10:33.
El conocimiento de la verdad depende no tanto de la fuerza intelectual como de la pureza de propósito, la sencillez de una fe ferviente y confiada. Los ángeles de Dios se acercan a los que con humildad de corazón buscan la dirección divina. Se les da el Espíritu Santo para abrirles los ricos tesoros de la verdad -Palabras de vida del gran Maestro, p. 39.
La Biblia es la voz de Dios hablándonos tan ciertamente como si pudiéramos oírlo con nuestros oídos. La palabra del Dios viviente no está solo escrita, sino que es hablada. ¿Recibimos la Biblia como el oráculo de Dios? Si nos damos cuenta de la importancia de esta Palabra, con qué respeto la abriríamos, y con qué fervor escudriñaríamos sus preceptos! La lectura y la contemplación de las Escrituras serían consideradas como una audiencia con el Altísimo.
La Palabra de Dios es un mensaje que debemos obedecer, un volumen para consultar a menudo y con cuidado, y con un espíritu deseoso de asimilar las verdades escritas para la admonición de aquellos a quie nes han alcanzado los fines de los siglos. No debe ser descuidado en favor de cualquier otro libro -En los lugares celestiales, p. 136.
Dediquemos más tiempo al estudio de la Biblia. No entendemos la Palabra como deberíamos. El libro del Apocalipsis se inicia con una orden a entender la instrucción que contiene. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía—declara Dios, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca”. Cuando como pueblo comprendamos lo que significa este libro para nosotros, se verá entre nosotros un gran reavivamiento. No entendemos plenamente las lecciones que enseña, a pesar del mandato que nos fue dado de escudriñarlo y estudiarlo — Testimonios para los ministros, p. 113.
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