Orar por el pan cotidiano
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Mateo 6:11.
Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos para el presente. Diariamente debemos pedir: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No nos desalentemos si no tenemos bastante para mañana. Su promesa es segura: “Habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad”. Dice David: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Salmos 37:3, 25...
El que alivió los cuidados y las ansiedades de su madre viuda y la ayudó a sostener la familia de Nazaret, simpatiza con toda madre en su lucha por proveer alimento a sus hijos. Quien se compadeció de las multitudes porque “estaban desamparadas y dispersas” (Mateo 9:36), sigue teniendo compasión de los pobres que sufren. Les extiende la mano para bendecirlos, y en la misma plegaria que dio a sus discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres...
La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna. Jesús nos propone: “Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” Juan 6:27. Nos dice Jesús: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”. Juan 6:51. Nuestro Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan que desciende del cielo.
Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestra alma para las necesidades del día.
Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 95, 96.
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