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CAPÍTULO 12: ASISTENCIA A LOS DESVALIDOS SIN TRABAJO NI HOGAR - Ministerio de curación



Asistencia a los Desvalidos sin Trabajo ni Hogar

Hay hombres y mujeres de corazón generoso que consideran ansiosamente la condición de los pobres y el modo de aliviarlos. ¿Cómo asistir a los desvalidos sin trabajo ni hogar para que obtengan las bendiciones comunes de la providencia de Dios y para que lleven la vida que él dispuso que el hombre llevara? es una pregunta a la que muchos procuran contestar. Pero no son muchos, aun entre los educadores y estadistas, los que comprenden las causas del estado actual de la sociedad. Los que llevan las riendas del gobierno son incapaces de resolver el problema de la miseria, del pauperismo y del incremento del crimen. En vano se esfuerzan para poner las operaciones comerciales sobre una base más segura.

Si los hombres se fijaran más en la enseñanza de la Palabra de Dios, encontrarían solución a esos problemas que los dejan perplejos. Mucho podría aprenderse del Antiguo Testamento respecto a la cuestión del trabajo y de la asistencia al pobre.

El plan de Dios para Israel

En el plan de Dios para Israel, cada familia tenía su propia casa en suficiente tierra de labranza. De este modo quedaban asegurados los medios y el incentivo para hacer posible una vida provechosa, laboriosa e independiente. Y ninguna especulación humana ha mejorado jamás semejante plan. Al hecho de que el mundo se apartó de él, se debe en gran parte la pobreza y la miseria que imperan hoy.

Al establecerse Israel en Canaán, la tierra fue repartida entre todo el pueblo, menos los levitas que, en calidad de ministros del santuario, quedaban exceptuados de la repartición. Las tribus fueron empadronadas por familias, y a cada familia, según el número de sus miembros, le fue concedida una heredad.

Y si bien era cierto que uno podía enajenar su posesión por algún tiempo, no podía, sin embargo, deshacerse definitivamente de ella en perjuicio de la herencia de sus hijos. En cuanto pudiese rescatar su heredad, le era lícito hacerlo en cualquier momento. Las deudas eran perdonadas cada séptimo año, y cada cincuenta años, o sea en ocasión del jubileo, todas las fincas volvían a sus primitivos dueños.

"La tierra no se venderá rematadamente "-mandó el Señor,- "porque la tierra mía es; que vosotros peregrinos y extranjeros sois para conmigo. Por tanto, en toda la tierra de vuestra posesión, otorgaréis redención a la tierra. Cuando tu hermano empobreciera, y vendiere algo de su posesión, vendrá el rescatador, su cercano, y rescatará lo que su hermano hubiere vendido. Y cuando el hombre ... hallare lo que basta para su rescate, ... volverá a su posesión. Mas si no alcanzara su mano lo que basta para que vuelva a él, lo que vendió estará en poder del que lo compró hasta el año del jubileo."

"Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores: éste os será jubileo; y volveréis cada uno a su posesión, y cada cual volverá a su familia." (Levítico 25:23-28, 10.)

De este modo cada familia quedaba segura de su posesión, y había una salvaguardia contra los extremos, tanto de la riqueza como de la pobreza.

La educación industrial

En Israel considerábase como un deber la educación industrial. Todo padre tenia obligación de enseñar a sus hijos algún oficio útil. Los mayores hombres de Israel fueron educados para desempeñar oficios. El conocimiento de las labores domésticas se consideraba indispensable para toda mujer. Y la destreza en el desempeño de estas tareas era honrosa para las mujeres de la clase más encumbrada.

En las escuelas de los profetas se enseñaban varios oficios, y muchos estudiantes se mantenían a sí mismos con su trabajo manual.

Consideración para con los pobres

Estas disposiciones, sin embargo, no acabaron por completo con la pobreza. Tampoco era propósito de Dios que cesara toda pobreza. Esta es uno de los medios de que él dispone para el desarrollo del carácter. "Porque no faltarán menesterosos de en medio de la tierra; "-dice Dios- "por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, a tu pobre, y a tu menesteroso en tu tierra." (Deuteronomio 15:11.)

"Cuando hubiere en ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en tu tierra que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre: mas abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que basta, lo que hubiere menester." (Vers. 7, 8.)

"Y cuando tu hermano empobreciere, y se acogiere a ti, tú lo ampararás: como peregrino y extranjero vivirá contigo." (Levítico 25:35.)

"Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no acabarás de segar el rincón de tu haza, ni espigarás tu tierra segada.""Cuando segares tu mies en tu campo, y olvidares alguna gavilla en el campo, no volverás a tomarla.... Cuando sacudieres tus olivas, no recorrerás las ramas tras ti. . . . Cuando vendimiaras tu viña, no rebuscarás tras ti: para el extranjero, para el huérfano, y para la viuda será." (Levítico 19: 9; Deuteronomio 24: 19-21.)

Nadie había de temer que su generosidad fuera para él causa de pobreza. La obediencia a los mandamientos de Dios traería seguramente consigo la prosperidad. "Por ello te bendecirá Jehová tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que pusieres mano.""Prestarás . . . a muchas gentes, mas tú no tomarás prestado; y enseñorearte has de muchas gentes, pero de ti no se enseñorearán." (Deuteronomio 15:10, 6.)

Principios que regían las transacciones

La Palabra de Dios no sanciona los métodos que enriquezcan a una clase mediante la opresión y las penurias impuestas a otra. Esta Palabra nos enseña que, en toda transacción comercial, debemos ponernos en el lugar de aquellos con quienes tratamos, mirar no sólo por nuestros intereses, sino también por los ajenos. El que se aprovecha del infortunio de otro para medrar, o se vale de la flaqueza o la incompetencia de su prójimo, viola los principios y los preceptos de la Palabra de Dios.

"No torcerás el derecho del peregrino y del huérfano; ni tomarás por prenda la ropa de la viuda.""Cuando dieres a tu prójimo alguna cosa emprestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda: fuera estarás, y el hombre a quien prestaste, te sacará afuera la prenda. Y si fuere hombre pobre, no duermas con su prenda.""Si tomares en prenda el vestido de tu prójimo, a puestas del sol se lo volverás: porque sólo aquello es su cubierta, . . . en el que ha de dormir: y será que cuando él a mí clamare, yo entonces le oiré, porque soy misericordioso." "Cuando vendierais algo a vuestro prójimo, o comprareis de mano de vuestro prójimo, no engañe ninguno a su hermano." (Deuteronomio 24: 17, 10-12; Exodo 22:26, 27; Levítico 25:14.)

"No hagáis agravio en juicio, en medida de tierra, ni en peso, ni en otra medida." ""No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica. No tendrás en tu casa epha grande y epha pequeño" ""Balanzas justas, pesas justas, epha justo, e hin justo tendréis." (Levítico 19: 35; Deuteronomio 25:13, 14; Levítico 19:36.)

"Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehuses.""El impío toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da." (S. Mateo 5:42; Salmo 37: 21.)

"Reúne consejo, haz juicio; pon tu sombra en medio del día como la noche: esconde los desterrados, no entregues a los que andan errantes. Moren contigo mis desterrados, ... séles escondedero de la presencia del destruidor." (Isaías 16: 3,4.)

El plan de vida que Dios dio a Israel estaba destinado a ser una lección objetiva para toda la humanidad. Si estos principios fueran practicados hoy, ¡cuán diferente sería el mundo!

Dentro de los dilatados límites de la naturaleza hay todavía sitio para proporcionar morada al que sufre y al necesitado. En el seno de ella hay recursos suficientes para suministrarles alimento. Escondidas en las profundidades de la tierra, yacen bendiciones para todos aquellos que tienen ánimo, voluntad y perseverancia para acopiar sus tesoros.

El cultivo del suelo, ocupación que Dios asignó al hombre en el Edén, abre campo en que muchedumbres enteras pueden ganarse el sustento.

"Espera en Jehová, y haz bien;"vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado." "(Salmo 37: 3.)

Miles y decenas de miles podrían labrar la tierra en vez de apiñarse en las ciudades, al acecho para obtener una pitanza. Y aun lo poco que ganan no lo gastan en pan, sino que va a parar a la gaveta del tabernero que les suministra el veneno que destruye alma y cuerpo.

Muchos consideran el trabajo como cosa penosa y procuran ganarse la vida con tretas y ardides antes que con un trabajo honrado. Este afán de vivir sin trabajar abre la puerta a la miseria, al vicio y al crimen.

En las grandes ciudades hay muchedumbres que reciben menos cuidado y consideración que los animales. Fijaos en las familias apiñadas en miserables viviendas, muchas de ellas sótanos obscuros, que trasudan humedad y desaseo. En esta miseria nacen, se crían y mueren los niños. Nada ven de las bellezas naturales que Dios creó para solaz de los sentidos y elevación del alma. Harapientos y famélícos, viven en el vicio y en la depravación, amoldado su carácter conforme a la miseria y el pecado que los rodean. Estos niños sólo oyen el nombre de Dios en blasfemias. Manchan sus oídos palabras injuriosas, imprecaciones y obscenidades. Los vapores del alcohol y el humo del tabaco, hedores morbosos y degradación moral, pervierten sus sentidos. Y así muchísimos son preparados para desarrollarse en criminales, enemigos de la sociedad que los abandonó a la miseria y a la degradación.

Pero no todos los pobres de esos barrios son así. Hay hombres y mujeres temerosos de Dios, arrastrados a la extrema pobreza por la enfermedad y el infortunio, y muchas veces también por las artimañas deshonestas de los que explotan a sus prójimos. Muchas personas honradas y bien intencionadas caen en la pobreza por falta de educación práctica. La ignorancia las inhabilita para luchar con las dificultades de la vida. Arrastradas a las ciudades, es frecuente que no puedan encontrar ocupación. Rodeadas de escenas y voces del vicio, vense expuestas a terribles tentaciones. Agrupadas y muy a menudo clasificadas con los viciosos y degradados, es únicamente mediante una lucha sobrehumana y un poder superior, cómo son guardadas de hundirse en las mismas profundidades. Muchos permanecen firmes en su integridad, prefiriendo sufrir más bien que pecar. Es especialmente esa clase de gente la que, necesita ayuda, simpatía y aliento.

Si los pobres que atestan hoy las ciudades encontrasen casas en el campo, podrían no sólo ganarse la vida, sino recobrar la salud y gozar de la felicidad que ahora desconocen. Rudo trabajo, vida sencilla, estricta economía, y a menudo penalidades y privaciones, es lo que les tocaría, pero ¡qué bendición sería para ellos dejar la ciudad, con sus solicitaciones al mal, sus alborotos y sus crímenes, su miseria e impureza, para saborear la tranquilidad, paz y pureza del campo!

Si a muchos de los que viven en las ciudades y que no tienen ni un metro cuadrado de hierba que pisar, y que año tras año no han mirado más que patios sucios y estrechos callejones, paredes de ladrillo, y pavimentos, y un cielo nublado de polvo y humo, se les llevara a algún distrito rural, en medio de campos verdes, de bosques, collados y arroyos, bajo un cielo claro y con aire fresco y puro, casi les parecería estar en el paraíso.

Apartados así del contacto de los hombres y de la dependencia de ellos, y alejados de los ejemplos, las costumbres y el bullicio corruptores del mundo, se acercarían más y más al corazón de la naturaleza. La presencia de Dios sería para ellos cada vez más real. Muchos aprenderían a depender de él. Por medio de la naturaleza oirían la voz de Dios hablar de paz y amor a su corazón, y su mente, alma y cuerpo corresponderían al poder reconstituyente y vivificador.

Para llegar a ser diligentes e independientes, muchos necesitarán asistencia, aliento e instrucción. Hay un sinnúmero de familias pobres en cuyo beneficio no podría hacerse mejor obra misionera que la de ayudarlas a establecerse en el campo y enseñarles cómo obtener sustento del cultivo de la tierra.

La necesidad de tal ayuda e instrucción no queda circunscrita a las ciudades. Aun en el campo, a pesar de las posibilidades que hay allí para vivir mejor, hay pobres muy necesitados. Hay comunidades faltas de educación industrial y de higiene. Hay familias que viven en chozas, con pocos muebles y escasa ropa, sin herramientas ni libros, ni comodidad alguna, ni medios de cultura. Se notan almas embrutecidas, cuerpos debilitados y deformes, resultado patente de la herencia y de los malos hábitos. A esta gente se la ha de educar desde el mismo fundamento. Vivió en la imprevisión, ocio y corrupción, y necesita que se le enseñe hábitos correctos.

¿Cómo puede hacérsele sentir la necesidad de mejorar? ¿Cómo se la encaminará hacia un ideal de vida más elevado? ¿Cómo ayudarle a levantarse? ¿Qué cabe hacer donde prevalece la pobreza y hay que luchar con ella a cada paso? No es ciertamente tarea fácil. Una reforma tan necesaria no puede realizarse a menos que hombres y mujeres tengan la ayuda de un poder externo. Es propósito de Dios que ricos y pobres vivan unidos por lazos de simpatía y de ayuda mutua. Los que disponen de recursos, de talentos y capacidades deben emplearlos en provecho de sus semejantes.

Los agricultores cristianos pueden desempeñar una misión verdadera ayudando a los pobres a encontrar casa en el campo y enseñándoles a labrar la tierra y a hacerla productiva. Pueden enseñarles también el uso de los aperos de labranza, los diferentes cultivos, la formación y el cuidado de los huertos.

Entre los que labran el suelo son muchos los que, por descuido no obtienen rendimiento adecuado. Sus huertos no están debidamente atendidos, las siembras no se hacen a tiempo, y el cultivo es superficial. Los tales achacan su fracaso a la esterilidad del suelo. A menudo se miente al condenar un suelo que, bien labrado, hubiera dado abundante rendimiento. Los planes mezquinos, el poco esfuerzo hecho, el escaso estudio dedicado a los mejores métodos, piden a gritos una reforma.

Enséñense los métodos apropiados a quienes quieran aprender. Si algunos no quieren oíros hablarles de ideas progresistas, aleccionados silenciosamente con el ejemplo. Mantened bien cultivada vuestra propia tierra. Decid a vuestros vecinos una que otra palabra en momento oportuno, y dejad que vuestras cosechas hablen con elocuencia en favor de los métodos correctos. Demostrad lo que se puede obtener de la tierra cuando se la trabaja debidamente.

Hay que prestar atención a la implantación de diversas industrias que puedan dar empleo a familias pobres. Carpinteros, herreros y, en una palabra, todo el que entienda de algún oficio, deben sentirse moralmente obligados a enseñar y ayudar a los ignorantes y desocupados.

En el servicio y asistencia de los pobres, hay ancho campo para la actividad de mujeres y hombres. Se necesita la ayuda de la cocinera entendida, de la mujer experimentada en el gobierno de la casa, de la costurera, de la enfermera. Enséñese a las mujeres de familias pobres a guisar, a hacerse su propia ropa y a remendarla, a cuidar a los enfermos y atender debidamente a sus casas. Enséñeseles a los muchachos y a las jóvenes algún oficio o trabajo útil.

Familias misioneras

Necesítanse familias de misioneros que vayan a establecerse en regiones desoladas. Vayan a ocupar regiones desatendidas buenos agricultores, hombres de finanzas, constructores y personas aptas en las varias artes y oficios, para mejorar las condiciones de aquellas tierras, implantar industrias, prepararse humildes viviendas y ayudar a sus vecinos.

Dios ha hecho atractivos los lugares más ásperos de la naturaleza y los más desiertos, dotándolos de bellezas en medio de las cosas repulsivas. Así también debemos obrar. Aun los desiertos de la tierra, cuyo aspecto es poco halagüeño, pueden transformarse en jardín de Dios.

"Y en aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la obscuridad y de las tinieblas."Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y los pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel." "(Isaías 29.18, 19.)

Muchas veces, mediante la instrucción en las cosas prácticas, podemos prestar a los pobres eficacísima ayuda. Por regla general, los que no han aprendido a trabajar no tienen hábitos de diligencia, perseverancia, economía y generosidad. No saben cómo componérselas. A menudo, por falta de atención y de sano juicio, derrochan lo que bastaría para mantener a sus familias con decencia y comodidad si lo aprovecharan con cuidado y economía. "En el barbecho de los pobres hay mucho pan: mas piérdese por falta de juicio." (Proverbios 13:23.)

Podemos socorrer perjudicialmente a los pobres si les enseñamos a depender de los demás, pues la limosna fomenta el egoísmo y la incapacidad, y suele llevar a la pereza, a la prodigalidad y a la intemperancia. Nadie que pueda ganarse el sustento tiene derecho a depender de los demás. El refrán: "El mundo me debe el sustento," encierra la esencia de la falsedad, del fraude y del robo. El mundo no debe el sustento a nadie que pueda trabajar y ganárselo por sí mismo.

La verdadera caridad ayuda a los hombres a ayudarse a si mismos. Si llega alguien a nuestra puerta y nos pide de comer, no debemos despedirlo hambriento; su pobreza puede ser resultado del infortunio. Pero la verdadera beneficencia es algo más que mera limosna. Entraña también verdadero interés por el bienestar de los demás. Debemos tratar de comprender las necesidades de los pobres y angustiados, y darles la asistencia que mejor los beneficiará. Prestar atención, tiempo y esfuerzos personales cuesta mucho más que dar dinero, pero es verdadera caridad.

Aquellos a quienes se enseñe a ganar lo que reciben aprenderán también a sacar mayor provecho de ello. Y al aprender a depender de sí mismos, adquirirán algo que les permitirá sostenerse y los capacitará para ayudar a otros. Enséñese la importancia de las obligaciones de la vida a los que malgastan sus oportunidades. Enséñeseles que la religión de la Biblia no forma holgazanes. Cristo exhortaba siempre a la diligencia. "¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?" decía a los indolentes. "Conviéneme obrar ... entre tanto que el día dura: la noche viene cuando nadie puede obrar." (S. Mateo 20:6; S.Juan 9:4.)

Todos tienen ocasión de dar algo al mundo por medio de su vida familiar, sus costumbres, sus prácticas y el orden por el que se rigen, como evidencia de lo que puede hacer el Evangelio por los que le obedecen. Cristo vino a nuestro mundo para darnos ejemplo de lo que podemos llegar a ser. El espera de quienes le siguen que sean modelos de corrección en todas las circunstancias de la vida. Desea que el toque divino se vea en las cosas exteriores.

Nuestras casas y todo lo que nos rodea deben ser lecciones objetivas de mejoramiento para que la laboriosidad, el aseo, el gusto y el refinamiento substituyan la pereza, el desaseo, la tosquedad y el desorden. Por nuestra vida y nuestro ejemplo podemos ayudar a otros a distinguir lo que es repulsivo en su carácter o en el medio en que viven, y con cortesía cristiana podemos asentarlos a mejorar. Al manifestarles nuestro interés, encontraremos oportunidad para enseñarles a dar el mejor empleo a sus energías.

Esperanza y valor

Nada podemos hacer sin valor ni perseverancia. Decid palabras de esperanza y de ánimo a los pobres y a los desalentados. Si es necesario, dadles pruebas tangibles de vuestro interés, ayudándoles cuando pasan algún apuro. Quienes gozan de muchas ventajas deben tener presente que ellos mismos todavía yerran en muchas cosas, y les duele que se les señale sus propios yerros y se les presente un hermoso modelo de lo que debieran ser. Recordad que la bondad puede más que la censura. Al procurar enseñar a otros, hacedles ver que deseáis que alcancen el nivel más elevado y queréis ayudarles. Si en algo tropiezan, no os apresuréis a condenarlos.

Las lecciones esenciales de sencillez, desprendimiento y economía que los pobres deben aprender, les resultan a veces difíciles y enojosas. El ejemplo y espíritu del mundo despiertan y fomentan continuamente el orgullo, el amor de la ostentación, la sensualidad, la prodigalidad y la pereza. Estos males llevan a miles a la miseria, e impiden a otros miles que salgan de la degradación y la desdicha. Tócales a los cristianos alentar a los pobres a resistir estas influencias.

Jesús vino a este mundo en humildad. Era de familia pobre. La Majestad de los cielos, el Rey de gloria, el Jefe de las huestes angélicas, se rebajó hasta aceptar la humanidad y escogió una vida de pobreza y humillación. No tuvo oportunidades que no tengan los pobres. El trabajo rudo, las penurias y privaciones eran parte de su suerte diaria. "Las zorras tienen cuevas "-decía,-" y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recline la cabeza."

(S.Lucas 9:58.)

El ejemplo de Jesús

Jesús no buscó la admiración ni los aplausos de los hombres. No mandó ejército alguno. No gobernó reino terrenal alguno. No corrió tras los favores de los ricos y de aquellos a quienes el mundo honra. No procuró figurar entre los caudillos de la nación. Vivió entre la gente humilde. No tuvo en cuenta las distinciones artificiosas de la sociedad. Desdeñó la aristocracia de nacimiento, fortuna, talento, instrucción y categoría social.

Era el Príncipe de los cielos, y, sin embargo, no escogió a sus discípulos de entre los sabios jurisconsultos, los gobernantes, los escribas o los fariseos. A todos éstos los pasó por alto porque se enorgullecían de su saber y su posición social. Estaban encastillados en sus tradiciones y supersticiones. Aquel que podía leer en todos los corazones eligió a unos humildes pescadores que se prestaban a ser enseñados. Comía con publicanos y pecadores, y andaba entre la plebe, no para rebajarse y hacerse rastrero con ella, sino para enseñarle sanos principios por medio de preceptos y ejemplo, y para elevarla por encima de su mundanalidad y vileza.

Jesús procuró corregir el criterio falso con que el mundo estima el valor de los hombres. Se puso de parte de los pobres, para poder borrar de la pobreza el estigma que el mundo había echado sobre ella. La limpió para siempre del oprobio al bendecir a los pobres, herederos del reino de Dios. Nos invita a seguir sus huellas, diciendo: "SI alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame." (Vers. 23.)

Los obreros de Cristo deben ir al encuentro del pueblo y educarle, no en el orgullo, sino en la formación del carácter. Deben enseñarle cómo trabajó Cristo y cómo se sacrificó. Hay que ayudar a la gente a que aprenda de Cristo lecciones de abnegación y sacrificio. Hay que enseñarle a guardarse de conformarse excesivamente con lo que está de moda. La vida es por demás valiosa, por demás llena de responsabilidades solemnes y sagradas, para malgastarla en placeres.

Las mejores cosas de la vida

Hombres y mujeres están apenas empezando a comprender el verdadero objeto de la vida. Les atrae el brillo y la apariencia. Ambicionan un puesto eminente en el mundo. Y a esto sacrifican los verdaderos fines de la vida. Las mejores cosas de la vida: la sencillez, la honradez, la veracidad, la pureza, la integridad, no pueden comprarse ni venderse. Tan gratuitas son para el ignorante como para el educado, para el humilde labriego como para el estadista cargado de honores. Para todos ha provisto Dios un deleite de que pueden gozar igualmente ricos y pobres: el deparado por el cultivo de la pureza de pensamiento y el trabajo abnegado, el deleite que se experimenta al pronunciar palabras de simpatía y al realizar actos de bondad. Quienes prestan semejante servicio irradian la luz de Cristo, para iluminar vidas entenebrecidas por muchas sombras.

Al asistir a los pobres en cosas temporales, tened siempre presentes sus necesidades espirituales. Atestigüe vuestra vida el poder custodio del Salvador. Revele vuestro carácter el alto nivel que todos pueden alcanzar. Enseñad el Evangelio en sencillas lecciones objetivas. Sea todo lo que hagáis una lección acerca de como se forma el carácter.

En el humilde círculo del trabajo, los muy débiles, los más obscuros, pueden obrar con Dios y tener el consuelo de su presencia y su gracia sustentadora. No han de agobiarse por perplejidades y cuidados inútiles. Trabajen de día en día, llevando fielmente a cabo la tarea que la providencia de Dios les señala, y él cuidará de ellos, pues dice:

"Por nada estéis afanosos; sino sean notorias vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo." "(Filipenses 4:6, 7.)

El cuidado del Señor se extiende a todas sus criaturas. El ama a todos y no hace acepción de personas, si bien mira con la más tierna compasión a los que llevan las cargas más pesadas de la vida. Los hijos de Dios han de soportar pruebas y dificultades. Pero deben aceptar su suerte con espíritu animoso, teniendo presente que por todo aquello que el mundo les niega, Dios los resarcirá colmándolos de sus mas preciosos favores. Cuando nos encontramos en situaciones difíciles, Dios manifiesta su poder y sabiduría en respuesta a la humilde oración. Confiad en él, porque oye y atiende las oraciones. Se manifestará a vosotros como Aquel que puede asistir en cualquier emergencia. El que creó al hombre y le dio sus maravillosas facultades físicas, mentales y espirituales, no le negará lo necesario para sostener la vida que le dio. El que nos dio su Palabra, hojas del árbol de la vida, no nos negará el conocimiento que necesitamos para alimentar a sus hijos menesterosos.

¿Cómo puede obtener sabiduría el que dirige el arado y conduce los bueyes? Buscándola como plata y como tesoro escondido. "Porque su Dios le instruye, y le enseña a juicio." ""También esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría." (Isaías 28:26, 29.)

El que enseñó a Adán y Eva en el Edén a cuidar del huerto desea instruir hoy a los hombres. Hay sabiduría para quien maneja el arado y siembra la semilla. Dios abrirá caminos a los que confían en él y le obedecen. Sigan adelante con valor, confiando en Aquel que les satisface las necesidades conforme a la riqueza de su bondad.

El que dio de comer a la muchedumbre con cinco panes y dos pececillos puede darnos hoy el fruto de nuestro trabajo. El que dijo a los pescadores de Galilea: "Echad vuestras redes para pescar," y que, al obedecer ellos, las llenó hasta que se rompían, desea que su pueblo vea en ello una prueba de lo que él quiere hacer por ellos hoy. Aún vive y reina el Dios que dio a los hijos de Israel en el desierto el maná del cielo. El guiará a su pueblo, y le dará destreza y entendimiento para la obra que está llamado a realizar. Dará sabiduría a los que luchan por cumplir consciente e inteligentemente con su deber. El Dueño del mundo es rico en recursos, y bendecirá a todo aquel que procure beneficiar a los demás.

Necesitamos mirar al cielo con fe. No deberíamos desalentarnos por aparentes fracasos y dilaciones. Debemos trabajar animosos, llenos de esperanza, agradecidos, con la certidumbre de que la tierra encierra en su seno ricos tesoros para que los almacene el obrero fiel, reservas más preciosas que el oro o la plata. Los montes y collados se alteran; la tierra envejece como un vestido; pero nunca faltará la bendición de Dios, que adereza para su pueblo mesa en el desierto.


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