Estimulantes y Narcóticos
BAJO el título de estimulantes y narcóticos se clasifica una gran variedad de
substancias que, aunque empleadas como alimento y bebida, irritan el estómago,
envenenan la sangre y excitan los nervios. Su consumo es un mal positivo. Los
hombres buscan la excitación de estimulantes, porque, por algunos momentos,
producen sensaciones agradables. Pero siempre sobreviene la reacción. El uso de
estimulantes antinaturales lleva siempre al exceso, y es un agente activo para
provocar la degeneración y el decaimiento físico.
Los condimentos
En esta época de apresuramiento, cuanto menos excitante sea el alimento, mejor.
Los condimentos son perjudiciales de por sí. La mostaza, la pimienta, las
especias, los encurtidos y otras cosas por el estilo, irritan el estómago y
enardecen y contaminan la sangre. La inflamación del estómago del borracho se
representa muchas veces gráficamente para ilustrar el efecto de las bebidas
alcohólicas. El consumo de condimentos irritantes produce una inflamación
parecida. El organismo siente una necesidad insaciable de algo más estimulante.
El té y el café
El té estimula y hasta cierto punto embriaga. Parecida resulta también la
acción del café y de muchas otras bebidas populares. El primer efecto es
agradable. Se excitan los nervios del estómago, y esta excitación se transmite
al cerebro, que, a su vez acelera la actividad del corazón, y da al organismo
entero cierta energía pasajera. No se hace caso del cansancio; la fuerza parece
haber aumentado. La inteligencia se despierta y la imaginación se aviva.
En consecuencia, muchos se figuran que el té o el café les hace mucho bien.
Pero es un error. El té y el café no nutren el organismo. Su efecto se produce
antes de la digestión y la asimilación, y lo que parece ser fuerza, no es más
que excitación nerviosa. Pasada la acción del estimulante, la fuerza artificial
declina y deja en su lugar un estado correspondiente de languidez y debilidad.
El consumo continuo de estos excitantes de los nervios provoca dolor de cabeza,
insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblores y otros muchos
males; porque esos excitantes consumen las fuerzas vitales. Los nervios
cansados necesitan reposo y tranquilidad en vez de estímulo y recargo de
trabajo. La naturaleza necesita tiempo para recuperar las agotadas energías.
Cuando sus fuerzas son aguijoneadas por el uso de estimulantes uno puede
realizar mayor tarea; pero cuando el organismo queda debilitado por aquel uso
constante se hace más difícil despertar las energías hasta el punto deseado. Es
cada vez más difícil dominar la demanda de estimulantes hasta que la voluntad
queda vencida y parece que no hay poder para negarse a satisfacer un deseo tan
ardiente y antinatural, que pide estimulantes cada vez más fuertes, hasta que
la naturaleza, exhausta, no puede responder a su acción.
El hábito del tabaco
El tabaco es un veneno lento, insidioso, pero de los más nocivos. En cualquier
forma en que se haga uso de él, mina la constitución; es tanto más peligroso
cuanto sus efectos son lentos y apenas perceptibles al principio. Excita y
después paraliza los nervios. Debilita y anubla el cerebro. A menudo afecta los
nervios más poderosamente que las bebidas alcohólicas. Es un veneno más sutil,
y es difícil eliminar sus efectos del organismo. Su uso despierta sed de
bebidas fuertes, y en muchos casos echa los cimientos del hábito de beber
alcohol.
El uso del tabaco es perjudicial, costoso y sucio; contamina al que lo usa y
molesta a los demás. Sus adictos se encuentran en todas partes. Es difícil
pasar por entre una muchedumbre sin que algún fumador le eche a uno a la cara
su aliento envenenado. Es desagradable y malsano permanecer en un coche de ferrocarril
o en una sala donde la atmósfera esté cargada con vapores de alcohol y de
tabaco. Aunque haya quienes persistan en usar estos venenos ellos mismos, ¿qué
derecho tienen para viciar el aire que otros deben respirar?
Entre los niños y jóvenes el uso del tabaco hace un daño incalculable. Las
prácticas malsanas de las generaciones pasadas afectan a los niños y jóvenes de
hoy. La incapacidad mental, la debilidad física, las perturbaciones nerviosas y
los deseos antinaturales se transmiten como un legado de padres a hijos. Y las
mismas prácticas, seguidas por los hijos, aumentan y perpetúan los malos
resultados. A esta causa se debe en gran parte la deterioración física, mental
y moral que produce tanta alarma.
Los muchachos empiezan a hacer uso del tabaco en edad muy temprana. El hábito
que adquieren cuando el cuerpo y la mente son particularmente susceptibles a
sus efectos, socava la fuerza física, impide el crecimiento del cuerpo, embota
la inteligencia y corrompe la moralidad.
Pero, ¿qué puede hacerse para enseñar a niños y jóvenes los males de una
práctica de la cual les dan ejemplo los padres, maestros y pastores? Pueden
verse niños, apenas salidos de la infancia, con el cigarrillo en la boca. Si
alguien les dice algo al respecto contestan: "Mi padre fuma." Señalan
con el dedo al pastor o al director de la escuela dominical y dicen: "Este
caballero fuma, ¿qué daño me hará a mí hacer lo que él hace?" Muchas
personas empeñadas en la causa de la temperancia son adictas al uso de tabaco.
¿Qué influencia pueden ejercer para detener el avance de la intemperancia?
Pregunto a los que profesan creer y obedecer la Palabra de Dios: ¿Podéis, como
cristianos, practicar un hábito que paraliza vuestra inteligencia y os impide
considerar debidamente las realidades eternas? ¿Podéis consentir en robar cada
día a Dios parte del servicio que se le debe, y negar a vuestros semejantes la
ayuda que debierais prestarles y el poder de vuestro ejemplo?
¿Habéis considerado vuestra responsabilidad como mayordomos de Dios respecto a
los recursos que están en vuestras manos? ¿Cuánto dinero del Señor gastáis en
tabaco? Recapacitad en lo que habéis gastado así en toda vuestra vida. ¿Cómo se
compara el importe de lo gastado en este vicio con lo que habéis dado para
aliviar a los pobres y difundir el Evangelio?
Ningún ser humano necesita tabaco; en cambio hay muchedumbres que mueren por
falta de los recursos que gastados en tabaco resultan más que derrochados. ¿No
habéis malgastado los bienes del Señor? ¿No os habéis hecho reos de hurto para
con Dios y para con vuestros semejantes? ¿No sabéis que "no sois vuestros?
Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en
vuestro espíritu, los cuales son de Dios." "(1 Corintios 6:19, 20.)
"El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora;"y cualquiera que
por ello errare, no será sabio.""¿Para quién será el ay? ¿para quién
el ay? ¿para quién las"rencillas? ¿para quién las quejas? ¿para quién las
heridas"en balde?""¿Para quién lo amoratado de los
ojos?"Para los que se detienen mucho en el vino,"para los que van
buscando la mistura."No mires al vino cuando rojea,"cuando
resplandece su color en el vaso:"éntrase suavemente; mas al fin como
serpiente morderá,"y como basilisco dará dolor." "(Proverbios
20:1; 23:29-32.)
Ninguna mano humana pintó jamás un cuadro más vivo del envilecimiento y la
esclavitud de la víctima de las bebidas embriagantes. Sujetada, degradada, no
puede librarse del lazo, ni siquiera cuando llega a darse cuenta de su estado,
y dice: "Aún lo tornaré a buscar." "(Vers. 35.)
No se necesitan argumentos para demostrar los malos efectos de las bebidas
embriagantes en el borracho. Los ofuscados y embrutecidos desechos de la
humanidad, almas por quienes Cristo murió y por las cuales lloran los ángeles,
se ven en todas partes. Constituyen un baldón para nuestra orgullosa
civilización. Son la vergüenza, la maldición y el peligro de todos los países.
¿Y quién puede describir la miseria, la agonía, la desesperación que esconde el
hogar del bebedor? Pensad en la esposa, mujer muchas veces de refinada
educación, de sentimientos delicados, a quien la suerte ha unido a un ser
humano que fue luego embrutecido por la bebida o transformado en un demonio.
Pensad en los hijos que viven privados de las comodidades del hogar y de la
educación, aterrorizados por el que debería ser su orgullo y su amparo,
arrojados al mundo llevando impreso el estigma de la vergüenza, y víctimas
muchas veces de la maldita sed hereditaria del borracho.
Las bebidas fermentadas
Pensad en las espantosas
desgracias que suceden cada día a consecuencia de la bebida. En un tren, algún
empleado pasa por alto una señal, o interpreta erróneamente una orden. El tren
sigue adelante; ocurre un choque, y se pierden muchas vidas. O un vapor encalla,
y tanto los pasajeros como los tripulantes hallan su tumba en el agua.
Procédese a una investigación y se comprueba que alguien que desempeñaba un
puesto importante estaba entonces bajo la influencia de la bebida. ¿Hasta qué
punto puede uno entregarse al hábito de beber y llevar la responsabilidad de
vidas humanas? Estas pueden confiarse tan sólo a quien es verdaderamente
abstemio.
Los que han heredado la sed de estimulantes antinaturales no deberían tener de
ningún modo vino, cerveza o sidra a la vista o a su alcance, porque esto los
expone continuamente a la tentación. Considerando inofensiva la sidra dulce,
muchos no vacilan en comprar una buena provisión de ella. Pero la sidra
permanece dulce muy poco tiempo; pronto empieza a fermentar. El gusto picante
que entonces adquiere la hace tanto más aceptable a muchos paladares, y el que
la bebe se resiste a creer que ha fermentado.
Aun el consumo de sidra dulce tal como se la produce comúnmente es peligroso
para la salud. Si la gente pudiera ver lo que el microscopio revela en la sidra
que se compra, muy pocos consentirían en beberla. Muchas veces los que elaboran
sidra para la venta no son escrupulosos en la selección de los fruta que
emplean, y exprimen el jugo de fruta agusanada y echada a perder. Los que ni
siquiera pensarían en comer fruta dañina o podrida, no reparan en tomar sidra
hecha con esta misma fruta y la consideran deliciosa; pero el microscopio
revela que aun al salir del lagar, esta bebida al parecer tan agradable es
absolutamente impropia para el consumo.
Se llega a la embriaguez tan ciertamente con el vino, la cerveza y la sidra,
como con bebidas más fuertes. El uso de las bebidas que tienen menos alcohol
despierta el deseo de consumir las mas fuertes, y así se contrae el hábito de beber.
La moderación en la bebida es la escuela en que se educan los hombres para la
carrera de borrachos. Tan insidiosa es la obra de estos estimulantes más leves,
que la víctima entra por el camino ancho que lleva a la costumbre de
emborracharse antes de que se haya dado cuenta del peligro.
Algunos que nunca son tenidos por ebrios están siempre bajo la influencia de
las bebidas embriagantes débiles. Se los nota febriles, de genio inestable y
desequilibrados. Creyéndose en seguridad, siguen adelante, hasta derribar toda
barrera y sacrificar todo principio. Las resoluciones más firmes quedan
socavadas; las más altas consideraciones no bastan para sujetar sus apetitos a
la razón.
En ninguna parte sanciona la Biblia el uso del vino fermentado. El vino que Cristo
hizo con agua en las bodas de Caná era zumo puro de uva. Este es el
"mosto" que se halla en el "racimo," del cual dice la
Escritura: "No lo desperdicies, que bendición hay en él."
"(Isaías 65:8.)
El vino que hizo Cristo
Fue Cristo quien advirtió a Israel en el Antiguo Testamento: "El vino es
escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no
será sabio." "(Proverbios 20:1.) Cristo no suministró semejante
bebida. Satanás induce a los hombres a dejarse llevar por hábitos que anublan
la razón y entorpecen las percepciones espirituales, pero Cristo nos enseña a
dominar la naturaleza inferior. Nunca ofrece él a los hombres lo que podría ser
una tentación para ellos. Su vida entera fue un ejemplo de abnegación. Para
quebrantar el poder de los apetitos ayunó cuarenta días en el desierto, y en
beneficio nuestro soportó la prueba más dura que la humanidad pudiera sufrir.
Fue Cristo quien dispuso que Juan el Bautista no bebiese vino ni bebidas
fuertes. Fue él quien impuso la misma abstinencia a la esposa de Manoa. Cristo
no contradijo su propia enseñanza. El vino sin fermentar que suministró a los
convidados de la boda era una bebida sana y refrigerante. Fue el vino del que
nuestro Salvador hizo uso con sus discípulos en la primera comunión. Es también
el vino que debería figurar siempre en la santa cena como símbolo de la sangre
del Salvador. El servicio sacramental está destinado a refrigerar y vivificar
el alma. Nada de lo que sirve al mal debe relacionarse con dicho servicio.
A la luz de lo que enseñan las Escrituras, la naturaleza y la razón respecto al
uso de bebidas embriagantes, ¿cómo pueden los cristianos dedicarse al cultivo
del lúpulo para la fabricación de cerveza, o a la elaboración de vino o sidra?
Si aman a su prójimo como a sí mismos, ¿cómo pueden contribuir a ofrecerle lo
que ha de ser para él un lazo peligroso?
Muchas veces la intemperancia empieza en el hogar. Debido al uso de alimentos
muy sazonados y malsanos, los órganos de la digestión se debilitan, y se despierta
un deseo de consumir alimento aún más estimulante. Así se incita al apetito a
exigir de continuo algo más fuerte. El ansia de estimulantes se vuelve cada vez
más frecuente y difícil de resistir. El organismo va llenándose de venenos y
cuanto más se debilita, mayor es el deseo que siente de estas cosas. Un paso
dado en mala dirección prepara el camino a otro paso peor. Muchos que no
quisieran hacerse culpables de poner sobre la mesa vino o bebidas embriagantes
no reparan en recargarla con alimentos que despiertan tal sed de bebidas
fuertes, que se hace casi imposible resistir a la tentación. Los malos hábitos
en el comer y beber quebrantan la salud y preparan el camino para la costumbre
de emborracharse.
Muy pronto habría poca necesidad de hacer cruzadas antialcohólicas si a la
juventud que forma y modela a la sociedad, se le inculcaran buenos principios
de temperancia. Emprendan los padres una cruzada antialcohólica en sus propios
hogares, mediante los principios que enseñen a sus hijos para que éstos los
sigan desde la infancia, y podrán entonces esperar éxito.
Es obra de las madres ayudar a sus hijos a adquirir hábitos correctos y gustos
puros. Eduquen el apetito; enseñen a sus hijos a aborrecer los estimulantes.
Críen a los hijos de modo que tengan vigor moral para resistir al mal que los
rodea. Enséñenles a no dejarse desviar por nadie, a no ceder a ninguna
influencia por fuerte que sea, sino a ejercer ellos mismos influencia sobre los
demás para el bien.
Se hacen grandes esfuerzos para acabar con la intemperancia; pero muchos de
ellos no están bien dirigidos. Los abogados de la reforma en favor de la
temperancia deberían estar apercibidos contra los pésimos resultados del
consumo de alimentos malsanos, de condimentos, del té y del café. Deseamos buen
éxito a todos los que trabajan en la causa de la temperancia; pero los
invitamos a que observen más profundamente la causa del mal que combaten, y a
que sean ellos mismos consecuentes en la reforma.
Debe recordarse
de continuo a la gente que el equilibrio de sus facultades mentales y morales
depende en gran parte de las buenas condiciones de su organismo físico. Todos
los narcóticos y estimulantes artificiales que debilitan y degradan la
naturaleza física tienden también a deprimir la inteligencia y la moralidad. La
intemperancia es la raíz de la depravación moral del mundo. Al satisfacer sus
apetitos pervertidos, el hombre pierde la facultad de resistir a la tentación.
Los que trabajan en favor de la temperancia tienen que educar al pueblo en este
sentido. Enséñenle que la salud, el carácter y aun la vida, corren peligro por
el uso de estimulantes que excitan las energías exhaustas para que actúen en
forma antinatural y espasmódico,
En cuanto al té, al café, al tabaco y a las bebidas alcohólicas, la única
conducta exenta de peligro consiste en no tocarlos, ni probarlos, ni tener nada
que ver con ellos. El efecto del té, del café y de las bebidas semejantes es
comparable al del alcohol y del tabaco, y en algunos casos el hábito de
consumirlos es tan difícil de vencer como lo es para el borracho renunciar a
las bebidas alcohólicas. Los que intenten romper con estos estimulantes los
echarán de menos por algún tiempo, y sufrirán por falta de ellos; pero si
perseveran, llegarán a vencer su ardiente deseo, y dejarán de echarlos de
menos. La naturaleza necesita algún tiempo para reponerse del abuso a que se la
ha sometido; pero désele una oportunidad, y volverá a rehacerse y a desempeñar
su tarea noblemente y con toda perfección.
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