EL PACTO
Thomas Hobbes llegó a ser uno de los más grandes teóricos políticos de Europa. Al vivir en una época en que Inglaterra había sido sacudida por la guerra civil y la violencia religiosa incesante, Hobbes escribió que la humanidad, sin un Gobierno fuerte y general, existe en un estado de miedo perpetuo: miedo a la inestabilidad, miedo a la conquista y, sobre todo, miedo a la muerte. Que la gente vive en lo que él llamó “la guerra de todos contra todos”, y advirtió que a menos que ocurriera algo radical, la vida humana no sería sino “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”.
¿Cuál era la solución? Hobbes decía que solo había una: las personas debían colocarse bajo un solo poder, que reduciría todas sus voluntades a una sola voluntad, y esta ejercería una autoridad completa sobre ellas. Este poder, este soberano (un solo hombre o un conjunto de hombres), aunque ejercería una hegemonía absoluta sobre la nación, acabaría con el temor y la inestabilidad en la vida de sus ciudadanos. En otras palabras, a cambio de ceder todos sus derechos, la gente tendría paz y seguridad. Esta transferencia de poder del pueblo al soberano es lo que Hobbes llamó el “pacto”. Sin embargo, la idea del pacto no se originó con Hobbes. Al contrario, miles de años antes, Dios hizo un pacto con Israel; un pacto cuyas raíces, de hecho, se remontan aún más en el tiempo. A diferencia del pacto de Hobbes, que inició y promulgó la gente, a este pacto lo inició y lo promulgó el verdadero Soberano, el Creador del cielo y de la Tierra. Además, aunque el pacto de Hobbes estaba motivado únicamente por el miedo, el Pacto de Dios está motivado por el amor, su amor por la raza caída; un amor que lo llevó a la Cruz.
Por lo tanto, gracias a lo que Cristo ha hecho por nosotros amamos a Dios, y al igual que en el pacto hobbesiano, por el que los súbditos tenían que rendirse al soberano, nosotros también renunciamos a nuestras costumbres pecaminosas, nuestros miedos, nuestras nociones tergiversadas de lo bueno y lo malo. Hacemos esto no para obtener algo a cambio, sino porque ya recibimos lo mejor que el Soberano puede dar: a Jesucristo y la redención que se encuentra solo en él.
¿Cómo funciona todo esto? Es tan sencillo como un trueque: Cristo toma nuestros pecados y nos da su justicia para que, através de él, se nos considere tan justos como Dios mismo. De esta manera, el pecado ya no se nos atribuye a nosotros; ya no tiene que mantenernos separados de él. Los asesinos, los adúlteros, los fanáticos, los mentirosos, los ladrones, e incluso los incestuosos, todos pueden ser considerados justos como el mismo Dios. Y este maravilloso regalo, esta concesión de justicia, les llega por fe y solo mediante la fe. De allí el concepto de “Justificación por la fe”.
Pero esto no termina allí. Cualquier tipo de pecador puede, a través de Jesús, entablar una relación con Dios, porque la sangre de Jesús no solo trae perdón, sino también purificación, sanidad y restauración. A través de Cristo nacemos de nuevo, y mediante esta experiencia Dios escribe su santa Ley sobre las tablas de nuestro corazón. Por ello, los pecadores ya no hacen las cosas que solían hacer. Mediante esta ley interior, toda la vida se amolda para el creyente. Estas personas desean poner en práctica lo que Dios pone dentro de ellas, y ese deseo se corresponde con la promesa del poder divino. Esto es esencialmente lo que significa vivir en una relación de pacto con Dios.
Este trimestre también analizaremos con más detenimiento cuál es el Pacto de Dios, qué ofrece, e incluso qué exige. Aunque extraídas de muchas fuentes diferentes, las lecciones se basan mayormente en la obra del Dr. Gerhard Hasel, ya fallecido, cuyo conocimiento sobre la Palabra (donde se revelan las promesas del Pacto) nos darán ánimo, esperanza y entendimiento a fin de que podamos aprender algo que, quizá, Hobbes nunca llegó a aprender: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
El Dr. Gerhard F. Hasel (Universidad de Vanderbilt), primer profesor en ser condecorado con la medalla John Nevins Andrews, enseñó Antiguo Testamento y Teología Bíblica en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews. De 1981 a 1988 se desempeñó como decano del seminario; y durante 27 años, como director de los programas doctorales.
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