Importancia del Verdadero Conocimiento
NECESITAMOS comprender más claramente de lo que solemos las
contingencias del gran conflicto en que estamos empeñados. Necesitamos
comprender más ampliamente el valor de las verdades de la Palabra de Dios, y el
peligro de consentir que el gran engañador aparte de ella nuestra mente.
El valor infinito del sacrificio requerido para nuestra redención pone
de manifiesto que el pecado es un tremendo mal, que ha descompuesto todo el
organismo humano, pervertido la mente y corrompido la imaginación. El pecado ha
degradado las facultades del alma. Las tentaciones del exterior hallan eco en el
corazón, y los pies se dirigen imperceptiblemente hacia el mal.
Así como
el sacrificio en beneficio nuestro fue completo, también debe ser completa
nuestra restauración de la corrupción del pecado. La ley de Dios no disculpará
ningún acto de perversidad; ninguna injusticia escapará a su condenación. El
sistema moral del Evangelio no reconoce otro ideal que el de la perfección del
carácter divino. La vida de Cristo fue el perfecto cumplimiento de todo precepto
de la ley. El dijo: "He guardado los mandamientos de mi Padre." Su vida es para
nosotros un ejemplo de obediencia y servicio. Sólo Dios puede renovar el
corazón. "Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer,
por su buena voluntad." Pero nosotros tenemos que ocuparnos en nuestra
salvación. (S. Juan 15:10; Filipenses 2:13, 12.)
La obra que
requiere nuestro pensamiento
Los agravios no pueden repararse,
ni tampoco pueden realizarse reformas en la conducta mediante unos cuantos
esfuerzos débiles e intermitentes. La formación del carácter es tarea, no de un
día ni de un año, sino de toda la vida. La batalla para vencerse a sí mismo,
para lograr la santidad y el cielo, es una lucha de toda la vida. Sin continuo
esfuerzo y constante actividad, no puede haber adelanto en la vida divina, ni
puede obtenerse la corona de victoria.
La prueba más evidente de la
caída del hombre de un estado superior es el hecho de que tanto cuesta volver a
él. El camino de regreso se puede recorrer sólo mediante rudo batallar, hora
tras hora, y adelantando paso a paso. En un momento, por una acción precipitada
o por descuido, podemos ponernos bajo el poder del mal; pero se necesita más de
un momento para romper los grillos y alcanzar una vida más santa. Bien puede
formarse el propósito y empezar a realizarlo; pero su cumplimiento cabal
requiere trabajo, tiempo, perseverancia, paciencia y sacrificio.
No
debemos obrar impulsivamente. No podemos descuidarnos un solo momento. Asaltados
por tentaciones sin cuento, debemos resistir con firmeza o ser vencidos. Si
llegamos al fin de la vida sin haber concluido nuestra obra, la pérdida será
eterna.
La vida del apóstol Pablo fue un constante conflicto consigo
mismo. Dijo: "Cada día muero." (1 Corintios 15:31.) Su voluntad y sus deseos
estaban en conflicto diario con su deber y con la voluntad de Dios. En vez de
seguir su inclinación, hizo la voluntad de Dios, por mucho que tuviera que
crucificar su naturaleza.
Al terminar su vida de conflicto, al mirar
hacia atrás y ver los combates y triunfos de ella, pudo decir: "He peleado la
buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me " dará el Señor, juez justo, en aquel
día." (2 Timoteo 4:7, 8.)
La vida cristiana es una batalla y una marcha.
En esta guerra no hay descanso; el esfuerzo ha de ser continuo y perseverante.
Sólo mediante un esfuerzo incansable podemos asegurarnos la victoria contra las
tentaciones de Satanás. Debemos procurar la integridad cristiana con energía
irresistible, y conservarla con propósito firme y resuelto.
Nadie
llegará a las alturas sin esfuerzo perseverante en su propio beneficio. Todos
deben empeñarse por sí mismos en esta guerra; nadie puede pelear por nosotros.
Somos individualmente responsables del desenlace del combate; aunque Noé, Job y
Daniel estuviesen en la tierra, no podrían salvar por su justicia a un hijo ni a
una hija.
La ciencia que se ha de poseer
Hay
una ciencia del cristianismo que debe ser conocida a fondo, y que es tanto más
profunda, amplia y alta que cualquier ciencia humana cuanto son más altos los
cielos que la tierra. La mente debe ser disciplinada, educada y formada, pues
hemos de servir a Dios de un modo que no congenia con nuestras inclinaciones
naturales. Hemos de vencer las tendencias al mal, que hemos heredado y
cultivado. Muchas veces hay que prescindir por completo de la educación y la
preparación de toda una vida para aprender en la escuela de Cristo. Nuestro
corazón debe recibir educación para llegar a ser firme en Dios. Debemos contraer
hábitos de pensar que nos capaciten para resistir a la tentación. Debemos
aprender a mirar hacia arriba. Debemos comprender, en todo cuanto ellos atañen a
nuestra vida diaria, los principios de la Palabra de Dios, que son tan elevados
como el cielo y tan abarcantes como la eternidad. Cada acto, cada palabra y cada
pensamiento deben concordar con esos principios. Todos deben ser puestos en
armonía con Cristo y en sujeción a él.
Las preciosas gracias del
Espíritu Santo no se desarrollan en un momento. El valor, la mansedumbre, la fe,
la confianza inquebrantable en el poder de Dios para salvar, se adquieren por la
experiencia de años. Los hijos de Dios han de sellar su destino mediante una
vida de santo esfuerzo y de firme adhesión a lo justo.
No hay
tiempo que perder
No tenemos tiempo que perder. No sabemos
cuándo ha de terminar nuestro tiempo de prueba. A lo sumo, no podemos contar
sino con una vida harto breve, y no sabemos cuándo la saeta de la muerte nos
atravesará el corazón. Tampoco sabemos cuándo tendremos que desprendernos del
mundo y de todos sus intereses. La eternidad se extiende ante nosotros. El velo
está a punto de descorrerse. Unos pocos años más, y para cada uno de los que
ahora se cuentan entre los vivos se dará el mandato:
"El que es injusto,
sea injusto todavía; ... y el que es justo, sea todavía justificado: y el santo
sea santificado todavía." (Apocalipsis 22: 11.)
¿Estamos preparados?
¿Conocemos a Dios, el Gobernador de los cielos, el Legislador, y a Jesucristo a
quien envió al mundo como representante suyo? Cuando la obra de nuestra vida
haya terminado ¿podremos decir, como dijo Cristo, nuestro ejemplo:
"Yo
te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese, . .
. he manifestado tu nombre"?" (S. Juan 17:4-6.)
Los ángeles de Dios
procuran desprendernos de nosotros mismos y de las cosas de la tierra. No
permitamos que trabajen en vano.
Las mentes entregadas a pensamientos
licenciosos necesitan cambiar. "Por lo cual, teniendo los lomos de vuestro
entendimiento ceñidos, con templanza, esperad perfectamente en la " gracia que
os es presentada cuando Jesucristo os es manifestado: como hijos obedientes, no
conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;
sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda
conversación: porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo." (1 S. Pedro
1:13-16.)
Los pensamientos deben concentrarse en Dios. Debemos dedicar
nuestro esfuerzo más enérgico a dominar las malas tendencias del corazón
natural. Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación y perseverancia deben
corresponder al valor infinito del objeto que perseguimos. Sólo venciendo como
Cristo venció podremos ganar la corona de vida.
La necesidad de
abnegación
El gran peligro del hombre consiste en engañarse a
sí mismo, en creerse suficiente de por sí y en apartarse de Dios, la fuente de
su fuerza. Nuestras tendencias naturales, si no las enmienda el Espíritu Santo
de Dios, encierran la semilla de la muerte moral. A no ser que nos unamos
vitalmente con Dios, no podremos resistir los impíos efectos de la
concupiscencia, del amor egoísta y de la tentación a pecar.
Para recibir
ayuda de Cristo, debemos comprender nuestra necesidad. Debemos tener verdadero
conocimiento de nosotros mismos. Sólo quien se reconoce pecador puede ser
salvado por Cristo. Sólo cuando vemos nuestro desamparo absoluto y no confiamos
ya en nosotros mismos, podemos asirnos del poder divino.
No es tan sólo
al principio de la vida cristiana cuando debe hacerse esta renuncia a sí mismo.
Hay que renovarla a cada paso que damos hacia el cielo. Todas nuestras buenas
obras dependen de un poder externo a nosotros; por tanto, se necesita una
continua aspiración del corazón a Dios, una constante y fervorosa confesión del
pecado y una humillación del alma ante Dios. Nos rodean peligros, y no nos
hallamos seguros sino cuando sentimos nuestra flaqueza y nos aferramos con fe a
nuestro poderoso Libertador.
Debemos apartarnos de un sinnúmero de temas
que llaman nuestra atención. Hay asuntos que consumen tiempo y despiertan deseos
de saber, pero que acaban en la nada. Los más altos intereses requieren la
estricta atención y energía que suelen dedicarse tantas veces a cosas
relativamente insignificantes.
Cristo, fuente del conocimiento
verdadero
De por sí, el aceptar nuevas teorías no infunde nueva
vida al alma. Aun el conocimiento de hechos y teorías importantes en sí mismos
resulta de escaso valor si no lo practicamos. Necesitamos sentir la
responsabilidad de dar a nuestra alma el alimento que nutra y estimule la vida
espiritual. Esté "atento tu oído a la sabiduría;"si inclinares tu corazón a la
prudencia, ..."si como a la plata la buscares,"y la escudriñares como a
tesoros;"entonces entenderás el temor de Jehová,"y hallarás el conocimiento de
Dios...."Entonces entenderás justicia, juicio,"y equidad, y todo buen
camino."Cuando la sabiduría entrare en tu corazón,"y la ciencia fuere dulce a tu
alma,"el consejo te guardará,"te preservará la inteligencia."
"La
sabiduría "es árbol de vida a los que de ella asen:"y bienaventurados son los
que la mantienen." "(Proverbios 2:2-11; 3:18.)
La pregunta que debemos
estudiar es: "¿Qué es la verdad; la verdad que hemos de estimar, amar, honrar y
obedecer?" Los partidarios ardientes de la ciencia han quedado derrotados y
descorazonados en sus esfuerzos por descubrir a Dios. Lo que necesitan
investigar hoy día es: "¿Cuál es la verdad que nos capacitará para salvar
nuestra alma?"
"¿Qué os parece del Cristo?" es la pregunta de
importancia suprema. ¿Recibís al Cristo como Salvador personal? A todos los que
le reciben les da facultad de ser hechos hijos de Dios.
Cristo reveló a
Dios a sus discípulos de un modo que realizó en sus corazones una obra especial,
tal como desea hacerla en nuestros corazones. Son muchos los que, espaciándose
en teorías, han perdido de vista el poder vivo del ejemplo del Salvador. Han
perdido de vista a Cristo como el que obra humilde y abnegadamente. Necesitan
contemplar a Jesús. Día tras día necesitamos una nueva revelación de su
presencia. Necesitamos seguir más de cerca su ejemplo de desprendimiento y
sacrificio abnegado.
Necesitamos la experiencia que tenía San Pablo
cuando escribió: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas
vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí." "(Gálatas 2:20.)
El conocimiento de Dios y de Jesucristo, expresado en el carácter, es
una exaltación por encima de cualquier otra cosa que se estime en el cielo o en
la tierra. Es la educación suprema. Es la llave que abre los pórticos de la
ciudad celestial. Es designio de Dios que posean este conocimiento todos los que
se revisten del Señor Jesucristo.
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