57 EL ODIO Y LA VENGANZA
El espíritu de
odio y venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de
Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su
fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción,
así como la planta yace en la semilla. "Todo aquel que aborrece a su
hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente
en él" (1 Juan 3: 15). DMJ 51(1896).
Se me mostró a Satanás tal como había sido antes: un ángel excelso y feliz.
Después se me lo mostró tal como es ahora. Todavía tiene una regia figura.
Todavía son nobles sus facciones, aunque es un ángel caído. Pero su semblante
denota viva ansiedad, inquietud, desdicha, malicia, odio, falacia, engaño y
todo linaje de mal. . . Vi que se viene dedicando al mal desde hace tanto
tiempo que en él las buenas cualidades están degradadas, y todo rasgo malo se
ha desarrollado. PE 152 (1882).
La enemistad de Satanás contra Cristo se ensañó con los discípulos del
Salvador. En toda la historia puede echarse de ver el mismo odio a los
principios de la Ley de Dios, la misma política de engaño, mediante la cual se
hace aparecer el error como si fuese la verdad, se hace que las leyes humanas
substituyan las leyes de Dios, y se induce a los hombres a adorar a la criatura
antes que al Creador. Los esfuerzos de Satanás para desfigurar el carácter de
Dios, para dar a los hombres un concepto falso del Creador y hacer que lo
consideren con temor y odio más bien que con amor; sus esfuerzos para suprimir
la Ley de Dios, y hacer creer al pueblo que no está sujeto a las exigencias de
ella; sus engaños, han seguido con rigor implacable. Se pueden ver en la
historia de los patriarcas, de los profetas y apóstoles, de los mártires y
reformadores. CS 13 (1888).
Cuando el hombre quebrantó la ley divina, su naturaleza se hizo mala y llegó a
estar en armonía y no en divergencia con Satanás. CS 559 (1888).
El odio a los principios puros de la verdad, las acusaciones y persecuciones
contra sus defensores, existirán mientras existan el pecado y los pecadores.
Los discípulos de Cristo y los siervos de Satanás no pueden congeniar. CS 561
(1888).
El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo, continúa inspirándola
en la tierra. . . La represión del pecado despierta aún el espíritu de odio y
resistencia. Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar tocan la
conciencia, Satanás induce a los hombres a que se justifiquen y a que busquen
la simpatía de otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores,
despiertan la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la
única causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los nuestros,
tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron condenar el
pecado. CS 554 (1888).
Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad para matar a
David, vivía temiéndole, en vista de que evidentemente el Señor estaba con él.
El carácter intachable de David provocaba la ira del rey; consideraba que la
misma vida y presencia de David significaban un reproche para él, puesto que
dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso. La envidia hacía a Saúl
desgraciado, y ponía en peligro al humilde súbdito de su trono.
¡Cuánto daño indecible ha producido en nuestro mundo este mal rasgo de
carácter! Había en el corazón de Saúl la misma enemistad que incitó el corazón
de Caín contra su hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios lo
honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no podía bendecirlo.
La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en el corazón, conducirá al
odio, y eventualmente a la venganza y al homicidio. Satanás ponía de manifiesto
su propio carácter al excitar la furia de Saúl contra aquel que jamás le había
hecho daño. PP 705, 706 (1890).
La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la
venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el alma, pero no han
hallado expresión en acciones externas porque ha faltado la oportunidad aunque
no la voluntad. Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día
cuando "Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa
encubierta, sea buena o sea mala" (Ecl. 12: 14). 1MS 254, 255 (1886).
Jesús consideró los Mandamientos por separado, y explicó la profundidad y
anchura de sus requerimientos. En vez de quitarles una jota de su fuerza,
demostró cuán abarcantes son sus principios y desenmascaró el error fatal de
los judíos en su demostración exterior de obediencia. Declaró que por el mal
pensamiento o la mirada concupiscente se quebranta la Ley de Dios. El que toma
parte en la menor injusticia está violando la ley y degradando su propia
naturaleza moral. El homicidio existe primero en la mente. El que concede al
odio un lugar en su corazón, está poniendo los pies en la senda del homicida, y
sus ofrendas son aborrecibles para Dios. DTG 276 (1898).
Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, al espíritu de odio
y de venganza, o a abrigar cualquier pasión que se traduzca en hechos
perjudiciales para nuestros semejantes o que nos lleve siquiera a desearles
mal, pues "cualquiera que aborrece a su hermano es homicida". . . es,
en mayor o menor grado, una violación al sexto mandamiento. PP 316, 317
(1890).
Cuando se permite que Satanás amolde la voluntad, él la usa para llevar a cabo
sus fines. Fomenta teorías de incredulidad e incita al corazón humano a
guerrear contra la Palabra de Dios. Con esfuerzos persistentes, perseverantes,
trata de inspirar a los hombres con sus propias energías de odio y antagonismo
contra Dios, y de ponerlos en orden de batalla contra las instituciones y los
requerimientos del cielo y las operaciones del Espíritu Santo. Alista bajo su
estandarte a todos los agentes del mal, y los lleva al campo de batalla bajo su
mando, para oponer al bien el mal. MJ 52 (1903).
La diferencia entre el carácter de Cristo y el de los otros hombres de su época
era perfectamente perceptible, y por causa de esa diferencia el mundo lo
aborreció. Lo odiaba por su bondad y su estricta integridad. Y Cristo declaró
que los que manifestaran esos mismos atributos, también serían odiados. A
medida que nos acerquemos al fin del tiempo, este odio por los seguidores de
Cristo será cada vez más evidente.
Jesús tomó la naturaleza humana y soportó el odio del mundo para demostrar a
los hombres y las mujeres que pueden vivir sin pecado, para que sus palabras,
sus actos y su actitud pudieran ser santificados por Dios. Podemos ser
perfectos cristianos si manifestamos este poder en nuestras vidas. Cuando la
luz del cielo repose sobre nosotros continuamente, representaremos a Cristo. La
luz de la justicia revelada en su vida, distinguió a Jesús del mundo, y suscitó
su odio. Ms 97, 1909.
Satanás disputó todos los asertos del Hijo de Dios, y empleó a los hombres como
agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los
sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró obstaculizar la obra de
Jesús, el odio manifestado por los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles
contra Aquel cuya vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello
provenía de un sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos
concentrados de la envidia y la malicia, del odio y la venganza, estallaron en
el Calvario contra el Hijo de Dios, mientras el cielo miraba con silencioso
horror. CS 555, 556 (1888).
Ud. tiene una obra especial que hacer, que consiste en confesar con humildad su
conducta irrespetuosa hacia sus padres. No hay razón para que se manifiesten en
usted esos sentimientos antinaturales hacia ellos. Es una actitud totalmente
satánica, y Ud. se ha entregado a ella porque su madre no ha sancionado su
conducta. Sus sentimientos no se limitan a una evidente antipatía, a una
decidida falta de respeto, sino que han llegado al odio, la malicia, la envidia
y los celos, manifiestos en sus actos, que les han producido sufrimientos y
privaciones. Ud. no tiene la intención de brindarles felicidad, ni siquiera
comodidad. Sus sentimientos son inmutables. A veces su corazón se suaviza, pero
cuando ve alguna falta en ellos, se cierra firmemente, y los ángeles no pueden
introducir en él ningún sentimiento de amor.
Un demonio malvado la domina, y Ud. odia y es odiosa. Dios ha tomado nota de
sus palabras irrespetuosas, sus actos desconsiderados hacia sus padres, a
quienes él le ha mandado que honre; y si Ud. deja de ver este gran pecado y no
se arrepiente, cada vez se sumirá en mayor oscuridad, hasta quedar abandonada a
sus malos caminos. 2T 82, 83 (1868).
Qué pena da ver a los hijos de padres temerosos de Dios, indomables y
desobedientes, desagradecidos y voluntariosos, decididos a salirse siempre con
la suya indiferentes a las molestias o a la pena que causan a sus padres.
Satanás se deleita en manejar el corazón de los niños, y si se le permite les
inculcará su propio odioso espíritu. MJ 331 (1893).
Nadie puede odiar a su hermano, ni siquiera a su enemigo, sin quedar bajo
condenación. YI, 13 de enero de 1898.
Recuerden que un discurso vengativo nunca le hace sentir a nadie que haya
ganado una victoria. Que Cristo hable por medio de ustedes. No pierdan la
bendición que se recibe cuando no se piensa el mal. 7T 243 (1902).
El orgullo, el amor propio, el egoísmo, el odio, la envidia y los celos,
anublaron su percepción; y la verdad, que lo habría hecho sabio para la
salvación, ha perdido el poder de atraer y controlar su mente. 2T 605,606
(1871).
No permitáis que el resentimiento madure en malicia. No dejéis que la herida se
infecte y reviente en palabras envenenadas que manchen la mente de quienes las
oigan. No permitáis que los pensamientos amargos continúen embargando vuestro
ánimo. . . Id a vuestro hermano, y con humildad y sinceridad habladle del
asunto.
Todo el cielo está interesado en la entrevista entre aquel que ha sido
perjudicado y el que está en el error. . . El aceite del amor elimina la
irritación causada por el mal. El Espíritu de Dios liga un corazón al otro; y
en el cielo hay música por la unión realizada. 3JT 201 (1902).
No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los
privilegios religiosos lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios;
es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad. Aun los pecadores cuyos
corazones no están herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la
bondad. Así como pueden responder al odio con el odio, también corresponderán
al amor con el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por el
odio. El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar
recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la
cual los hijos del Altísimo revelan su elevada vocación. DMJ 65, 66 (1896).
Comentarios
Publicar un comentario