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CAPÍTULO 65: LA INDOLENCIA - Mente, carácter y personalidad T2

 
65 LA INDOLENCIA


Dios requiere el adiestramiento de las facultades mentales. El se propone que sus siervos posean más inteligencia y más claro discernimiento que los mundanos, y le desagradan aquellos que son demasiado descuidados o indolentes para llegar a ser obreros eficientes, bien informados. El Señor nos manda que lo amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza, y con toda la mente. Esto nos impone la obligación de desarrollar el intelecto hasta su máxima capacidad, para que podamos conocer y amar a nuestro Creador con todo el entendimiento.­ PVGM 268 (ed. PP); 233 (ed. ACES) (1900).

Adán tenía temas como motivos de contemplación en las obras de Dios en el Edén, que era el cielo en miniatura. Dios no creó al hombre meramente para que contemplara las gloriosas obras de Dios. Por eso le dio manos para trabajar así como mente y corazón para meditar. Si la felicidad del hombre hubiese consistido en no hacer nada, el Creador no le hubiera asignado un trabajo a Adán. El hombre había de encontrar felicidad tanto en el trabajo como en la meditación.­ 1CBA 1096 (1874).

La Biblia no aprueba la ociosidad. Esta es la mayor maldición que aflige a nuestro mundo.­ PVGM 278 (ed. PP); 241 (ed. ACES) (1900).

Algunos creen que las riquezas y la ociosidad son bendiciones en sí mismas; pero los que siempre están ocupados y cumplen gozosamente sus tareas cotidianas, son los más dichosos y gozan de mejor salud que nadie. El cansancio que resulta del trabajo bien organizado les asegura los beneficios de un sueño reparador. La sentencia de que el hombre debe trabajar para ganarse el pan de cada día, y la promesa de felicidad y gloria futuras, provienen del mismo trono, y ambas son bendiciones.­ MeM 172 (1901).

La verdadera felicidad se encuentra solamente al ser buenos y al hacer el bien. El gozo más puro y elevado corona a los que cumplen fielmente los deberes que les han sido encomendados.­ MeM 172 (1901).

El desaliento es con frecuencia resultado de un ocio indebido. La ociosidad proporciona tiempo para albergar pesares imaginarios. Muchos que no tienen verdaderas dificultades ni contratiempos en el presente, con seguridad los piden prestados del futuro. Si esas personas tratan de aliviar las cargas de los demás, deberían olvidar las propias. Un trabajo enérgico que invite a la acción, tanto de las facultades mentales como de las físicas, es una bendición inestimable para la mente y el cuerpo.­ ST, 15 de junio de 1882.

Recordad que en cualquier puesto en que sirváis, reveláis qué móvil os inspira y desarrolláis vuestro carácter. Cuanto hagáis, hacedlo con exactitud y diligencia; dominad la inclinación a buscar tareas fáciles.­ MC 399 (1905).

Debería adiestrarse la mente para que no mire al yo, para que se espacie en temas elevados y ennoblecedores. No permitamos que las preciosas horas de la vida se malgasten en soñar con alguna gran obra a realizar en el futuro, mientras se descuidan los pequeños deberes de la actualidad.­ ST, 15 de junio de 1882.

Los inválidos no deberían resignarse a la inactividad. Esto es sumamente perjudicial para la salud. Hay que ejercer fuerza de voluntad; hay que vencer la aversión al ejercicio activo y el temor a asumir toda clase de responsabilidades. Nunca recuperarán la salud a menos que se desembaracen de esa condición mental de indiferencia y somnolencia, y se levanten para ponerse en acción.­ ST, 15 de junio de 1882.

Los que sean demasiado indolentes para asumir sus responsabilidades y ejercitar sus facultades, no recibirán la bendición de Dios, y la habilidad que tenían les será quitada y dada a los obreros activos y celosos que aumentan sus talentos como consecuencia del uso constante.­ 4T 458, 459 (1880).

Algunos jóvenes piensan que si pudieran pasar toda la vida sin hacer nada serían extremadamente felices. Ellos cultivan odio por el trabajo útil. Envidian a los hijos del placer que dedican sus vidas a la diversión y la alegría. . . La infelicidad y la angustia son el resultado de tales pensamientos y conducta. "No hacer nada" ha hundido en la perdición a más de un joven.

El trabajo bien regulado es esencial para el éxito de cada joven. Dios no habría podido infligir una maldición mayor sobre los hombres y las mujeres que condenarlos a una vida de inacción. La ociosidad destruirá el alma y el cuerpo. Se debilitan el corazón, el carácter moral y las energías físicas. El intelecto sufre, y el corazón queda expuesto a la tentación como una avenida abierta para hundirse en todo vicio. El hombre indolente tienta al diablo a que lo tiente.­ NEV 224 (1871).

Uds. han sido ciegos a la influencia que el enemigo ha ejercido sobre sus hijos. Las tareas del hogar, inclusive el cansancio, no los habrían perjudicado ni en la quincuagésima parte de lo que lo ha hecho la indolencia habitual. Habrían escapado de muchos peligros si se los hubiera instruido para que ocuparan su tiempo en una tarea útil. No habrían contraído esa disposición inquieta, ese deseo de cambios y de sociabilidad. Se habrían evitado muchas tentaciones a la vanidad y a entregarse a entretenimientos que no aprovechan, a la lectura liviana, a la conversación ociosa y a la insensatez. Habrían ocupado el tiempo en tareas más satisfactorias y evitado esa gran tentación de buscar la compañía del sexo opuesto y de disculpar su mala conducta. La vanidad y el afecto, la inutilidad y el pecado, definidamente han sido los resultados de esa indolencia.­ 4T 97, 98 (1876).

Al hombre se le concede una parte en la gran lucha por la vida eterna; debe responder a la obra del Espíritu Santo. Se requiere una lucha para quebrantar los poderes de las tinieblas, y el Espíritu obra en él para lograrlo. Pero el hombre no es un ser pasivo, que deba ser salvado en la indolencia. Se lo llama a tensar cada músculo y a ejercer cada facultad en la lucha por la inmortalidad; pero es Dios quien completa la eficiencia.

No hay ser humano que pueda ser salvado en la indolencia. El Señor nos exhorta diciendo: "Esforzaos por " entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán" (Luc. 13: 24). "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mat. 7: 13, 14).­Ms 16, 1896.

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