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CAPÍTULO 86 | COMPARTIENDO CONFIDENCIAS | Mente, carácter y personalidad T2


86 COMPARTIENDO CONFIDENCIAS

Cristo pregunta a cada uno de los que profesan su nombre: "¿Me amas tú?" Si amamos a Jesús, amaremos las almas por las cuales murió. Puede ser que alguien no tenga una apariencia muy agradable, tal vez sea deficiente en muchos aspectos; pero si tiene fama de honrado e íntegro, conquistará la confianza de los demás. El amor a la verdad y la confianza que los hombres pueden depositar en él superarán los rasgos objetables de su carácter. El ser dignos de confianza en nuestro puesto y vocación, el estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos para beneficio de los demás, impartirá paz al espíritu y nos brindará el favor de Dios.­ 1JT 514 (1879).

Hasta el día del juicio no conoceréis la influencia de un trato bondadoso y respetuoso para con el débil, el falto de corazón y el indigno. Cuando tropezamos con la ingratitud y la traición de los cometidos sagrados, nos sentimos impulsados a manifestar desprecio e indignación. Esto es lo que espera el culpable, y se prepara para ello. Pero la prudencia bondadosa lo sorprende, y suele despertar sus mejores impulsos y el deseo de llevar una vida más noble.­ MC 395 (1905).

Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos. Cuando sintamos que necesitamos la presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor Amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer nuestro confidente. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón.­ 2JT 60 (1882).

Nunca estimuléis a los hombres a ir a vosotros en busca de sabiduría. Cuando los hombres acudan a vosotros en procura de consejo, señaladles a Aquel que lee los motivos de cada corazón. Un espíritu diferente debe compenetrar nuestra obra ministerial. Ninguna persona debe actuar como confesor, ni ningún hombre debe ser exaltado como supremo. Nuestra obra consiste en humillar el yo y exaltar a Cristo ante la gente. Después de su resurrección, el Salvador prometió que su poder acompañaría a todos los que salieran en su nombre. Exáltense este poder y este nombre. Necesitamos recordar continuamente la oración de Cristo para que el yo fuese santificado por la verdad y la justicia.­ 2MS 193, 194 (1907).

Preséntenles estos pensamientos a las personas que les piden que oren por ellas: "Somos seres humanos; no podemos leer el corazón ni conocer los secretos de su vida. Sólo Ud. y Dios los conocen".

Si Uds. se arrepienten ahora de sus pecados, si ven que en alguna circunstancia no han andado de acuerdo con la luz que Dios les dio, y no han honrado su cuerpo, templo del Señor, sino que debido a malos hábitos lo han degradado, sin recordar que es propiedad de Cristo, confiesen esas cosas a Dios. A menos que el Espíritu Santo los induzca de una manera especial a confesar sus pecados privados a alguien, ni siquiera los susurren a nadie.­ Our Camp Meetings [Nuestros congresos], pp. 44, 45, 1892; (CH 373, 374).

Cada uno necesita una experiencia práctica respecto de confiar en Dios por sí mismo. Que ningún hombre llegue a ser vuestro confesor; abrid vuestro corazón a Dios; contadle todo secreto de vuestra alma. Presentadle vuestras dificultades, grandes y pequeñas, y él os mostrará cómo salir de todas. Sólo él puede saber cómo daros precisamente la ayuda que necesitáis.­ OE 432, 433 (1915).

No es digno de alabanza hablar de nuestras debilidades y desalientos. Que cada cual diga: "Siento mucho haber cedido a la tentación; mis oraciones son muy débiles y mi fe muy frágil. No tengo excusa que explique por qué mi vida religiosa está tan atrofiada. Pero estoy tratando de lograr un carácter perfecto en Cristo. He pecado, y sin embargo amo a Jesús. He caído muchas veces, no obstante lo cual él ha extendido su mano para salvarme. He hablado con él acerca de todas mis equivocaciones. He confesado con vergüenza y pesar lo que he deshonrado. Miré a la cruz y dije: él sufrió todo esto por mi. El Espíritu Santo me ha mostrado mi ingratitud, mi pecado de exponer a Cristo a la vergüenza. El que no conoció pecado ha perdonado mi pecado. Me invita a participar de una vida más elevada, más noble, y yo prosigo hacia lo que está delante de mi".­ Ms 161, 1897.

Espero que nadie llegue a la conclusión de que se gana el favor de Dios mediante la confesión de los pecados, o que hay alguna virtud especial en confesarse ante otros seres humanos. Debe manifestarse en la experiencia esa fe que obra por el amor y purifica el alma. El amor de Cristo subyugará las inclinaciones carnales. La verdad no sólo lleva en si misma la evidencia de su origen celestial, sino que prueba que por medio de la gracia del Espíritu de Dios es eficaz para la purificación del alma. El Señor quiere que acudamos a él diariamente con todas nuestras dificultades y que le confesemos nuestros pecados, y nos dará descanso si llevamos su yugo y su carga. Su Santo Espíritu, mediante su influencia llena de gracia, invadirá el alma, y todo pensamiento será sometido a la obediencia de Cristo.­ 5T 648 (1889).

El hombre no se degrada cuando se inclina ante su Hacedor, confiesa sus pecados y suplica perdón por medio de los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. Es noble que reconozcamos nuestros errores delante de Aquel a quien herimos mediante nuestra transgresión y rebelión. Esto nos eleva delante de los hombres y de los ángeles; porque "el que se humilla será ensalzado".

Pero quien se arrodilla delante de un hombre caído y expone en confesión los pensamientos y las imaginaciones secretas del corazón, se deshonra a sí mismo al rebajar su humanidad y degradar toda noble tendencia del alma. . . Esta degradante confesión de un hombre ante otro hombre caído es responsable de mucho de la creciente marea de mal que está contaminando el mundo y preparándolo para la destrucción final.­ 5T 638, 639 (1889).

Se me ha mostrado que muchísimas confesiones nunca deberían haber sido pronunciadas ante oídos mortales; porque el resultado no lo puede anticipar el juicio limitado de los seres finitos. Las semillas del mal se siembran en las mentes y los corazones de los que oyen, y cuando se encuentran frente a la tentación, esas semillas germinan y llevan fruto, y se repiten las mismas penosas experiencias. Porque, piensan los tentados, estos pecados no deben de ser tan graves. ¿Acaso los que se confesaron antes, cristianos de larga data, no han hecho estas mismas cosas? De este modo la confesión abierta de estos secretos en la iglesia será un sabor para muerte en lugar de serlo para vida.­ 5T 645 (1889).

Vi que cuando se reúnen esas hermanas a las que les gusta hablar, Satanás está generalmente presente; porque allí encuentra qué hacer. Está allí para excitar la mente y sacar el máximo de provecho de lo que ha logrado. Sabe que toda esa habladuría, maledicencia, revelación de secretos ajenos y disección del carácter, separa al alma de Dios. Es la muerte de la espiritualidad y la atenuación de la influencia religiosa.

La Hna.-------- peca mucho con su lengua. Sus palabras deberían ejercer una influencia para el bien, pero con frecuencia habla sin ton ni son. A veces sus palabras le dan una interpretación diferente a las cosas. Otras veces exagera. Por ahí hace una declaración falsa. No ha tenido la intención de mentir, pero ha albergado por tanto tiempo el hábito de hablar y hablar acerca de cosas insustanciales, que se ha vuelto descuidada y temeraria en sus palabras. Con frecuencia no sabe lo que está diciendo. Esto destruye cualquier influencia en favor del bien que podría tener. Su amistad no ha sido apreciada como podría haberlo sido si ella no se hubiera entregado a esta habladuría pecaminosa.­ 2T 185, 186 (1868).

Algunas veces derramamos nuestras dificultades en oídos humanos; les contamos nuestras aflicciones a aquellos que no pueden ayudarnos, y nos olvidamos de confiárselo todo a Jesús, quien puede cambiar nuestra pena en gozo.­ NEV 99 (1887).

Continuando sus instrucciones a sus discípulos, Jesús dijo: "Guardaos de los hombres". No debían poner confianza implícita en aquellos que no conocían a Dios, ni hacerlos sus confidentes; porque esto daría una ventaja a los agentes de Satanás. Las invenciones humanas contrarrestan con frecuencia los planes de Dios. Los que edifican el templo del Señor deben construir de acuerdo con el dechado mostrado en el monte: la semejanza divina. Dios queda deshonrado, y traicionado el Evangelio, cuando sus siervos dependen de los consejos de hombres que no están bajo la dirección del Espíritu Santo. La sabiduría humana es locura para Dios. Los que en ella confían, errarán ciertamente.­ DTG 320 (1898).

Se producirán crisis en cada una de nuestras instituciones. Se ejercerán influencias contra ellas tanto de parte de creyentes como de incrédulos. No debemos traicionar las confidencias ni los cometidos sagrados con el propósito de favorecer el yo o exaltarlo. Debemos vigilar siempre nuestra vida con cuidado minucioso, no sea que causemos una impresión equivocada ante el mundo. Digan esto y practíquelo: "Soy cristiano. No puedo actuar de acuerdo con el proceder del mundo. No puedo participar de ninguna connivencia, arreglo, ni confabulación que interfiera en lo más mínimo mi utilidad, o que destruya la confianza en cualesquiera de los instrumentos de Dios.­ 5T 479 (1889).

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