CRUCIFICADO POR NOSOTROS
Dios invita a todos a una relación de amor con él, pero solo quienes aceptan la invitación disfrutan de los resultados eternos. Como se ve en la parábola del banquete de bodas, muchos de los invitados por el rey «no quisieron asistir» (Mat. 22: 3).
En consecuencia, poco antes de su crucifixión, Cristo se lamentó: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!» (Mat. 23: 37). Cristo quería reunirlos, pero ellos no quisieron. El mismo verbo griego que significa «querer» (thelō) se utiliza tanto para referirse al deseo de Cristo de salvarlos como a la falta de disposición de ellos a ser salvados. El mismo término aparece en Mateo 22: 3.
Sin embargo, Cristo fue a la Cruz por estas personas y por nosotros. ¡Increíble amor! Aunque el pecado humano merece la muerte, Dios mismo (en Cristo) pagó el precio y ha encontrado la manera de reparar la relación rota entre el Cielo y la Tierra. Mientras tanto, continúa otorgándonos su amor, aunque no tiene ninguna obligación más allá de su propio y libre compromiso de hacerlo.
Lee Juan 10: 17 y 18. Compáralo con Gálatas 2: 20. ¿Cuál es el mensaje que nos transmiten estos textos?
Jua 10:17 Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla.
Jua 10:18 Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre.»
Gál 2:20 He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.
En la Cruz, la demostración máxima del amor de Dios, vemos que Cristo se entregó por nosotros por su propia voluntad e iniciativa. Nadie le quitó la vida, sino que él la ofreció voluntariamente siguiendo el Plan de Redención acordado en el Cielo antes de la fundación del mundo.
«El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una “revelación del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio” (Rom. 16: 25). Fue una manifestación de los principios que desde las edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo que se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3: 16)» (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 13, 14).
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