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Lección 5: LAS NACIONES: Segunda parte | Alusiones, imágenes y símbolos: Cómo estudiar la profecía bíblica | Sección maestros

Lección 5:

LAS NACIONES: Segunda parte

RESEÑA

Texto clave: Salmo 46:10.

Enfoque del estudio: Génesis 1:29; Daniel 2:44-45.

Introducción

Cierto día, un padre vio que su hijo se aburría y decidió llevarlo a ver una película acerca de la naturaleza y la vida de los animales. La intención del padre era enseñar a su hijo la belleza de la Creación para que pudiera comprender mejor el hermoso carácter de Dios y así exaltarlo por sus maravillosos planes en favor de la humanidad. Por desgracia, la película estaba llena de violencia. Los animales mostraban una crueldad insoportable. El poderoso buitre aplastaba al débil gorrión. Los feroces vencían a los mansos y la muerte se impuso a la vida. El niño se asustó, comenzó a llorar y pidió a su padre que lo llevara de regreso a casa. Evidentemente, el método pedagógico del padre no tuvo mucho éxito.

Nos enfrentamos a la misma realidad cuando reflexionamos acerca del curso de la historia de la humanidad, llena de guerras, abusos y engaños. Las naciones poderosas aplastan a las pequeñas y, con demasiada frecuencia, el poder mundano prevalece sobre la sabiduría y la justicia. Salomón observó lo mismo en Eclesiastés: «En la sede del derecho hay impiedad. En lugar de la justicia, iniquidad» (Ecl. 3: 16).

Desde el niño que llora ante la violencia de los animales hasta el sabio filósofo que reflexiona sobre los caprichos de la vida humana, surgen las mismas preguntas inquietantes: ¿Por qué ocurre esto? ¿Es esto lo que Dios planeó para el mundo? ¿Dónde está Dios en medio de esta maligna confusión? La Biblia da dos respuestas a estas preguntas. La primera se encuentra en el pasado lejano de la humanidad, en la historia de la Caída, cuando fue transgredido el primer mandamiento de Dios. La segunda respuesta se encuentra en la profecía. En ambas respuestas se perfila la solución a la tragedia humana.

COMENTARIO

El primer mandamiento

La Biblia se refiere por primera vez a un mandamiento en el contexto del segundo relato de la Creación (Gén. 2: 16, 17); ocurre en relación con el alimento, el primer don concedido por Dios al ser humano (Gén. 1: 29). El verbo tsawah, «mandar», está relacionado etimológicamente con la palabra mitswah, «mandamiento». El «mandamiento» es algo más que una orden imperativa que tiene que ser obedecida por los seres humanos, una acción que Dios pide a su pueblo que realice. El hecho de que Dios fijara «su estatuto» a las obras de la Creación (Prov. 8: 29) sugiere que lo que llamamos «mandamiento» es, de hecho, un don de Dios para el ser humano (Éxo. 24: 12; Neh. 9: 13).

Este don tiene por objeto la felicidad y la vida del ser humano, por lo que Dios dice: «Mis normas y preceptos [...] dan vida al que los obedece» (Lev. 18: 5). Por eso, el salmista pide a Dios: «Concédeme la gracia de tu ley» (Sal. 119: 29, traducción del autor). Llama la atención que, el primer mandamiento también comienza con la gracia, con la dádiva divina de todos los árboles: «Puedes comer de todo árbol del huerto» (Gén. 2: 16).

La primera respuesta al mandamiento de Dios consistía, pues, en aceptar la gracia divina y disfrutar de su don. La segunda, en abstenerse de comer del árbol prohibido. Ambas promesas de vida y muerte son ciertas. Ambos verbos están en infinitivo absoluto, que expresa la idea de certeza. La promesa del don de la vida es tan cierta como la advertencia acerca de la muerte como resultado de la desobediencia. Ambos caminos están claramente delineados desde el principio. Recibimos a Dios y gozamos de la vida o lo rechazamos y morimos. Ambas perspectivas son un hecho cierto: «Hoy pongo ante ti la vida y la felicidad, la muerte y la desgracia» (Deut. 30: 15).

Las profecías acerca de las naciones

El libro de Daniel está escrito en dos idiomas. Cuando el profeta se ocupa de los reinos paganos, escribe en arameo, la lengua franca o extendida de la época. Cuando el profeta se ocupa del destino espiritual de su pueblo, escribe en hebreo, la lengua del pueblo de Dios en aquel tiempo. Las profecías de los capítulos 2 y 7 del libro de Daniel se encuentran en la sección aramea y se refieren, pues, al destino de las naciones gentiles. Por lo tanto, estas son las profecías que ocuparán nuestra atención.

En Daniel 2, Nabucodonosor, el rey de Babilonia, tiene un sueño profético acerca de una estatua que representa la sucesión de los imperios mundiales. El mensaje para él, el constructor de Babilonia, es que su reino no permanecerá para siempre, sino que será seguido por otros reinos hasta el fin de los tiempos, cuando todas esas potencias serán destruidas y reemplazadas por el Reino de Dios, el único reino que «jamás será destruido» y «permanecerá para siempre» (Dan. 2: 44). Nabucodonosor se niega a reconocer este designio divino y decide erigir inmediatamente una estatua de oro macizo como reacción contra la profecía. Esta imagen representa su intención de contrarrestar y reemplazar el plan de Dios para las naciones. En lugar de que el Reino de Dios reemplace a todos los imperios anteriores de la Tierra, el plan de Nabucodonosor es reunir a todas las naciones bajo su dominio (Dan. 3: 7).

En Daniel 7, el sueño de Daniel acerca de las bestias se relaciona con Darío, el rey medopersa que representa el siguiente cumplimiento en la profecía de la estatua. A Darío acababa de honrar a Dios y lo había reconocido como gobernante de las naciones (Dan. 6: 25-27). Aunque las profecías de Daniel 2 y 7 se refieren a la misma sucesión de cuatro naciones (Babilonia, Medopersia, Grecia y Roma), el enfoque acerca del fin de la historia es diferente en ambas.

En la visión de la estatua, el fin está señalado por la destrucción de los reinos de la Tierra, seguida por el establecimiento del reino eterno de Dios, que «jamás será destruido» y «permanecerá para siempre» (Dan. 2: 44). En el sueño acerca de los animales, el fin es el resultado de la venida del Hijo del Hombre, Jesucristo mismo, en las nubes (Dan. 7: 13, 14; comparar con Mar. 13: 26, 27).

La solución divina

El relato de Génesis acerca de la Caída y las profecías apocalípticas relativas a las naciones no solo describen el tropiezo y el fracaso de los seres humanos cuando intentan ocupar el lugar de Dios, sino también proveen la única solución divina para el problema humano: el Reino de Dios.

Según Génesis, la caída de Adán y Eva resultó de la transgresión del primer mandamiento, que relacionaba la vida con el conocimiento del bien y del mal. Cabe resaltar que tanto el árbol de la vida como el del conocimiento del bien y del mal estaban en medio del Jardín, uno cerca del otro, lo que sugiere la relación entre ambos. En cuanto los humanos participaron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, dejaron de tener acceso al árbol de la vida (Gén. 3: 22-24).

Esta conexión enseña dos lecciones. En primer lugar, la vida no es una condición inherente a la humanidad. Los seres humanos no son inmortales. Incluso en el Jardín del Edén, Adán y Eva dependían de una fuente externa para vivir. Y segundo, la vida no es solo una condición biológica; también tiene dimensiones espirituales y morales.

Según las profecías de Daniel, el fracaso de las naciones en establecer la paz y la felicidad tras el arrogante intento de erigir la torre de Babel se debió a su deseo de confederarse como una sola contra Dios, el Creador, quien descendió entonces y las dispersó (Gén. 11: 4-9). En alusión a la historia de la torre de Babel, la profecía de Daniel 2 se refiere a intentos vanos de unidad. El hierro intentará mezclarse con el barro. Se nos dice que «en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido» (Dan. 2: 44).

En Daniel 11: 44, el rey del norte se unirá con Libia, Siria y Egipto, y juntos se enfrentarán al monte del Señor con la intención de «destruir y matar a muchos». Luego, la profecía dice que, como en Daniel 2, ese conglomerado político-religioso llegará a su fin sin que haya ayuda alguna para él (Dan. 11: 45; comparar con Dan. 2: 45). En Apocalipsis, la visión de la guerra de Armagedón se refiere al mismo movimiento hacia la unidad: los reyes de la Tierra se reunirán contra el Reino de Dios (Apoc. 16: 16). La descripción profética del auge y caída de las naciones que termina con la irrupción del Reino de Dios, que «permanecerá para siempre», es una afirmación acerca de la única solución posible para el problema de las naciones. Solo el Reino de Dios, que significa el retorno a la condición del Jardín del Edén, traerá la vida eterna. Solo entonces se cumplirá el primer mandamiento y las naciones quedarán curadas de sus heridas (Apoc. 22: 2).

APLICACIÓN A LA VIDA

Lección acerca del liderazgo. Cuando Nabucodonosor supo que su gobierno se limitaría a la cabeza de oro de la estatua, erigió una imagen hecha completamente de oro. ¿Qué lecciones podemos aprender del ejemplo de Nabucodonosor acerca de la necesidad de humildad en el ejercicio del liderazgo? ¿Cómo nos enseña su historia que no somos los únicos capaces y disponibles para realizar bien una tarea? Además, ¿qué nos enseñan los relatos personales, tanto de Nabucodonosor como de Daniel, acerca de la fe y la confianza en Dios, incluso cuando ya no estamos al mando?

Lección acerca de la política. Al final de los tiempos, los gobernantes humanos se unirán para reemplazar el Reino de Dios, a semejanza de los constructores de la torre de Babel. ¿Cómo debes responder a la tentación de maquinar y conspirar con el propósito de conseguir apoyo para tus puntos de vista? Lee Daniel 3: 8 y 6: 4 al 13. ¿Qué podemos aprender del error de los caldeos que conspiraron contra Daniel para ocupar su lugar? ¿Cómo podemos resistirnos con éxito a permitir que las maniobras políticas y las ambiciones y los intereses personales prevalezcan sobre la verdad y la justicia?

Lección acerca de la perspectiva. El problema de los reyes terrenales en las profecías de Daniel era que estaban orientados hacia el presente. La Eternidad, el futuro Reino de Dios, no formaba parte de su realidad. Esta consideración se aplica a todos los aspectos de la vida. Elena G. de White advierte: «Ningún proyecto comercial o personal que se límite a esta vida y que no haga provisión para el futuro eterno será correcto ni cabal». Luego, ella aconseja a las personas a «tomar en cuenta los asuntos eternos» (La educación, p. 128). ¿Cómo podemos evitar cometer el mismo error que los reyes terrenales de las profecías?

 

 

 

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