Lección 10: SOBRE QUIENS HA LLEGADO EL FIN | Alusiones, imágenes y símbolos: Cómo interpretar la profecía bíblica | Libro complementario
SOBRE QUIENES HA LLEGADO EL FIN
Si la Biblia fue inspirada
por un Dios omnisciente, es decir, por un Dios que conoce el final desde el
principio, debemos creer entonces que él sabía cómo las últimas generaciones
del planeta tierra percibirían las historias de la Biblia. Las generaciones
posmodernas y seculares no han tomado a Dios por sorpresa: él sabía
perfectamente cómo caracterizarían historias como la destrucción de Sodoma y
Gomorra o la del diluvio. "¿Qué clase de Dios aniquila a la gente cuando
no consigue lo que quiere?", se preguntan algunos.
El problema con esta clase
de preguntas es que son excusas: los que las hacen rara vez demuestran la
voluntad de profundizar en la historia. Declaran a Dios injusto y arbitrario,
como hicieron los ángeles caídos, y su interés por el tema termina ahí. Por la
forma en que lo plantean, Dios (si es que existe) debe de haber perdido los
papeles cuando se le ocurrió registrar esas historias.
Pablo nos recuerda que estos
relatos se han conservado para que podamos aprender de ellos. Son una
invitación a profundizar en las historias: "Todas estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que
vivimos en estos tiempos finales. Así que el que piensa estar firme, mire que
no caiga" (x Cor. 10:11,12).
Dios pudo haber dejado pasar
estos incidentes sin mencionarlos, a sabiendas de que solo sobrevivirían como
historias antiguas que perderían su efecto con el tiempo. Pero no lo hizo.
Cualquier empresa de relaciones públicas encontraría imprudente dar publicidad
a capítulos tan oscuros, pero a Dios no le asusta que analicemos su relación
con la raza humana, especialmente (como señala Pablo) con nosotros,
los que "vivimos en estos tiempos finales". Si escudriñamos la
historia con la mente abierta y un corazón honesto, haremos un importante
descubrimiento: estos no son los capítulos más oscuros de la historia de
Dios, sino de nuestra historia.
Debido a ello, tenemos la
tendencia natural a pensar que el juicio se refiere fundamentalmente a
nosotros, pero en este punto descubrimos un importante giro en la trama: no es
así. La Biblia aclara que los seres humanos no pueden hacer lo que les plazca,
causando estragos en el universo sin responder por el daño que han causado: el
día del juicio llegará. El Diluvio y la destrucción de las
ciudades malvadas de la llanura lo señalan inequívocamente. "Estén seguros
—nos recuerda el libro de los Números— de que su pecado los alcanzará"
(Núm. 32:23, NTV).
A menudo se cita el Salmo 14
o el Salmo 53 cuando se tacha a los ateos de necios: "Dice el necio en su
corazón: 'No hay Dios'" (Sal. 14:1; ver también 53:1). Aunque sí se puede
aplicar esta declaración a los ateos testarudos y desafiantes, el contexto
sugiere que su significado va más allá de la simple negación de la existencia
de Dios:
Dice el necio en su corazón:
"No hay Dios". Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay
uno solo que haga lo bueno! Desde el cielo el Señor contempla a los mortales,
para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios. Pero todos se han
descarriado; a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay
uno solo! (Salmo 14:1-3, NVI).
¿El necio que declara que
Dios no existe? No se trata simplemente de alguien que duda de la existencia de
Dios, sino que su declaración se enmarca en el contexto de un comportamiento
pecaminoso. Viven como si su maldad jamás les fuera a pasar factura. Para tales
individuos, las historias del juicio de Dios son un serio recordatorio de que
su comportamiento está en total contradicción con la voluntad de Dios y con el
diseño global del universo.
Hace muchos años, un buen
amigo se me acercó entusiasmado. En aquella época, los cajeros automáticos eran
una novedad. "Encontré un cajero automático que me da dinero sin debitarlo
de mi cuenta —me dijo, mostrándome una pila de billetes nuevos—, Es increíble.
Puedo sacar todo el dinero que quiera, ¡y no sale de mi cuenta!". Cada vez
que sacaba dinero, comprobaba el saldo y no había cambiado. Parecía demasiado
bueno para ser verdad, y lo era. Olvidó que tenía dos cuentas
en el banco y que estaba comprobando el saldo de una mientras retiraba dinero
de la otra. Como creía que era dinero "gratis", redujo el saldo de la
otra cuenta, al punto de que el banco se puso en contacto con él.
Lo mismo ocurre con
nosotros. Podríamos agitar el puño en dirección al cielo e insistir en que Dios
es un dictador cósmico que nos impone exigencias irrazonables, pero nuestro
Creador sabe muy bien que las consecuencias de vivir al margen de su voluntad
son desastrosas: nos destruye y, muchas veces, cuando vemos la paga del pecado
en el horizonte, el daño que le hemos infligido a nuestra mente o a nuestro
cuerpo es irreversible. Pensemos en las personas que abusan de las drogas, las
cuales continúan suministrando toxinas a su cuerpo, aparentemente sin ningún
daño. Pero entonces, 20 o 30 años después, llega el diagnóstico: cáncer,
cirrosis o daño cerebral.
De manera que sí, hay un
juicio venidero, y para aquellos que eligen permanecer desafiantemente fuera de
la gracia de Dios, habrá un precio que pagar por su rebelión. Un Dios bueno y
amoroso no puede permitir que una parte de su universo creado viva temerariamente
y mantenerlos protegidos de las consecuencias si ha de seguir siendo Dios
para el resto. Él declaró desde el principio que la muerte sería
el resultado de separarnos de la única Fuente de vida en el universo, por lo
que permitir sin más la maldad pondría en entredicho su carácter perfecto.
Si nos sustraemos de la
ecuación, nos será más fácil comprenderlo. Cuando vemos las fechorías que
cometen los demás nos indignamos, especialmente cuando parece que nunca
terminan pagando por ellas. Nos horrorizamos cuando vemos en las noticias que
un juez deja en libertad a un delincuente dándole una simple amonestación, y
nos enfurecemos cuando el mismo delincuente vuelve a cometer otros delitos
incluso peores. Nos parece injusto.
En realidad, solo con nosotros mismos
nos cuestionamos si se debe hacer justicia, y en eso radica el meollo del
arrepentimiento: para encontrar la salvación, debemos confesar que somos el
problema del universo y pedir perdón. Esto supone la sumisión del orgullo y el
sometimiento de nuestra obstinada voluntad a la voluntad de Dios.
Entonces, ¿el juicio tiene
que ver con nosotros? Sí, tiene que ver con nosotros. Pero de una manera
indirecta, porque no se trata principalmente de nosotros. Si prestamos atención
a la historia de Sodoma y Gomorra, encontraremos un interesante presagio en los
momentos previos a la destrucción de las ciudades: Dios visita a Abraham en el
encinar de Mamré.
Cuando Abraham se entera del
destino de las ciudades, empieza a cuestionar la decisión de Dios (Gén.
18:16-33). "¿Y si quedan cincuenta justos?", pregunta.
"¿Cuarenta y cinco?" Ya conocemos la historia; Abraham llega hasta diez justos,
y Dios le asegura que, si quedaran diez justos, no destruiría
las ciudades. Pero no los hay. Los ciudadanos de esas ciudades han rebasado el
punto de no retorno, y permitirles continuar significaría para Dios darle
licencia al dolor y al sufrimiento irremediables, donde lo único que se espera
en el futuro es simplemente más dolor y sufrimiento. Si se
alcanzara ese punto en el que ya no hay esperanza de redención, Dios se
convertiría en el autor del sufrimiento si permitiera que continuara.
¿Qué encontramos en esta
historia? Una sombra del juicio investigador, en el que se abren los libros del
cielo, primero para las huestes angélicas (Dan. 7:9,10) y luego para la
humanidad redimida (Apoc. 20:11-15). Antes de actuar, Dios permite que sus criaturas
examinen sus decisiones, eliminando para siempre toda duda de que hizo lo
correcto. Podemos declarar:
Grandes y maravillosas son
tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de
los santos. ¿Quién no te temerá Señor, y glorificará tu nombre? pues solo tú
eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus
juicios se han manifestado (Apoc. 15:3,4).
Esto es precisamente lo que
ocurre en Mamré. Al comenzar su indagación, Abraham hace una pregunta
reveladora: "Lejos de ti el hacerlo así, que hagas morir al justo con el
impío y que el justo sea tratado como el impío. ¡Nunca tal hagas! El Juez de toda
la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Gén. 18:25).
¿El Juez de toda la tierra,
¿no ha de hacer lo que es justo? Reflexionando un poco,
esa es la pregunta implícita en la acusación: ¿qué clase de Dios haría
algo así? Para los escépticos acérrimos, esta es la excusa para no
investigar más, dado que ya se han formado sus conclusiones erróneas. Pero
todos hemos pasado por eso: hemos tenido momentos en los que nos hemos
preguntado si Dios sabe realmente lo que está haciendo.
Muchas veces, como pastor,
he tenido que responder: "No lo sé", cuando alguien me pregunta por
qué Dios no intervino cuando ocurrió algo horrible. Y es verdad; no lo
sé; pero en su momento lo sabré, cuando Dios
considere oportuno abrir los libros y mostrarnos todo lo que ha hecho. Él no
tuvo miedo de poner estas historias en la Biblia, y no tiene miedo de abrir de
nuevo los libros cuando finalmente lleguemos a casa.
1 Elena
de White, El conflicto de los siglos, p. 728.
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