EL DIOS QUE DESAFÍA
Texto bíblico para el estudio: Éxodo 5:1-23 Éxodo 6:1-30 Éxodo 7:1-7
EL ENDURECIMIENTO DEL CORAZÓN DEL FARAÓN
Éxodo 5:1-7:7 está muy bien estructurado. Contiene ocho diálogos, incluye la genealogía familiar de Moisés y Aarón, y asegura que hicieron todo en armonía con los mandatos del Señor.1
Dios apeló al faraón para que dejara salir a Israel de Egipto y obró bondadosamente en el corazón del gobernante para que lo permitiera. Sin embargo, su obstinada desobediencia a Dios hace que la narración sea extremadamente dramática. En virtud de su presciencia, Dios conocía la inflexibilidad del Faraón y aun así haría todo lo posible para atraerlo hacia él.
El orgullo, la avaricia, las ambiciones y la dependencia de los sacerdotes y la magia cerraron su corazón a la ardiente gracia de Dios. El Señor utilizó asombrosamente la dura actitud del Faraón para revelar su gloria, quién es él y cuál es su voluntad.
A pesar de la postura negativa del Faraón, la historia se desarrolla mostrando cómo Dios usó a Moisés en los múltiples encuentros que sostuvo con el gobernante y realizó milagros frente a él, tratando así de inclinar su corazón en la dirección correcta. El Señor hizo todo lo posible para que el Faraón cambiara de actitud, pero nunca forzaría su voluntad. No obstante, en virtud de su soberanía y majestad, Dios puso de manifiesto su gloria y poder.
El Señor hace en todo momento todo lo posible para salvar a las personas pues no quiere que los malvados perezcan como pecadores desprovistos de información. Su mayor deseo es que se arrepientan y vivan (Eze. 18:30-32). Él procura transformarlos mediante el mensaje inquebrantable de su ardiente misericordia. Desea que nadie perezca (2 Ped. 3:9), como su gracia demostró con los ninivitas arrepentidos (Jon. 1:2; 2:9; 3:10; 4:10,11).
Cuando el apóstol Pablo habla del corazón del faraón y de la grandeza de Dios revelada a través de él a pesar de su obstinación, declara que el Señor "tiene misericordia de quien quiere, y endurece a quien quiere" (Rom. 9:17, 18). Las referencias al endurecimiento del Faraón llegan hasta la sexta plaga, cuando se afirma por primera vez que el Señor endureció el corazón del gobernante (Éxo. 9:12). ¿Cómo debemos entender esto?
Dios se enfrentó al faraón por amor a su pueblo y en beneficio del monarca mismo. La suerte de este dependía de cómo respondiera a las desafiantes demandas de Dios, quien no interfirió con el libre albedrío del gobernante ni determinó de antemano sus continuos rechazos de la petición de Dios. El Señor ciertamente previo su negativa, pero no lo predestinó a la perdición. La gracia universal y preveniente1 de Dios obró intensamente en su corazón para persuadirlo a rendirse al Altísimo. La Biblia afirma explícitamente que el Faraón "se obstinó en pecar" (Éxo. 9:34), lo que significa que esa fue su elección y que, por tanto, era responsable y debía rendir cuentas por sus decisiones.
Analicemos detenidamente el relato acerca del endurecimiento del faraón y cómo sucedió. En la narración de las diez plagas hay varias afirmaciones acerca de su actitud. En las primeras cinco, se registra que siempre fue él quien endureció su corazón (Éxo. 7:13,14,22; 8:15,19,32; 9:7; cf. 9:34,35; 13:15). Fue su elección deliberada y voluntaria. A pesar de los llamamientos de Dios y de los desastrosos acontecimientos, se negó obstinadamente a obedecer a Dios. Recién después de la sexta plaga se dice que Dios endureció el corazón del monarca (9:12). Recordemos que la Biblia se refiere a lo que Dios permite como si él mismo fuera quien lo hiciera (ver Job 1:21). Curiosamente, incluso cuando cesó la séptima plaga, el faraón seguía endureciendo su corazón, pero después de eso se dice sistemáticamente que fue Dios quien lo hizo. La lista de esta acción divina es extensa (Éxo. 10:1, 20, 27; 11:10; ver también 14:4,8,17). La primera serie de textos demuestra que el Faraón se negó rotundamente a humillarse ante el Señor, ante el gran "Yo soy" (ver Éxo. 10:3).
En consecuencia, se hace evidente que después de la quinta plaga, el corazón del Faraón se volvió duro como la piedra y dejó de ser sensible para responder positivamente a los requerimientos del Señor. Su corazón no se derritió bajo la influencia de Dios porque gradualmente perdió la oportunidad de rendirse a él. Los intercambios posteriores de Dios con él solo lo volvieron más desafiante, de modo que cuando Dios le dirigió sus amorosas advertencias, su corazón se endureció como el barro por efecto del sol. Esta es una clara advertencia para todos. El Espíritu Santo dirige la siguiente exhortación a las personas: "Si hoy oyen su voz, no endurezcan su corazón" (Heb. 3.7, 8). Negarse a hacerlo conduce a una actitud que tiene consecuencias desastrosas. Tales tragedias pueden evitarse si respondemos positivamente a las amorosas exhortaciones de Dios. En tal sentido, se nos anima de la siguiente manera: "Aliéntense unos a otros cada día, mientras se dice 'hoy', para que ninguno se endurezca con el engaño del pecado" (Heb. 3:13).
¿Cómo podemos saber cuándo una profecía es condicional o incondicional? El Señor dijo a Moisés que el faraón endurecería su corazón y se negaría a dejar marchar a Israel (Éxo. 4:21; 7:3). Esta predicción se cumplió. Sin embargo, ¿cómo podemos distinguir entre las profecías condicionales y las incondicionales?2 El principio es claro: cuando el cumplimiento de la profecía de Dios depende de una respuesta humana, tal predicción es condicional. Cuando no se espera tal respuesta, es incondicional. Un buen ejemplo de profecía incondicional es la primera venida de Cristo. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, según Daniel 9:24-27 (ver Gén. 3:15; 49:10; Gál. 4:4), Jesucristo vino a morir por nuestros pecados independientemente de si la humanidad estaba preparada para ello (Rom. 5:8). Dios envía sus mensajes con un propósito específico en mente, a saber, llamar a las personas a volver a él (Joel 2:12-15). Dios no quiere que los seres humanos mueran cargados de buena información. Él desea que este conocimiento nos mueva a la acción y nos transforme.
Un excelente ejemplo de profecía aparentemente incondicional es la predicción relativa a la destrucción de Nínive. Jonás predicó: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida" (Jon. 3:4). Aunque sonaba incondicional, la perdición predicha era condicional. El pueblo de Nínive se arrepintió, y Dios no envió su juicio sobre ellos. Respondieron positivamente al mensaje de advertencia y Dios cambió su destino. Así, cada vez que se espera una respuesta humana a un anuncio o mensaje profético, esa profecía es condicional.
Esto está en perfecta armonía con la explicación dada por Dios:
En un instante puedo hablar contra una nación o un reino para arrancar, derribar y destruir. Pero si esa nación se convierte de su maldad, yo también desistiré del mal que había pensado hacerle, y en un instante hablaré de esa nación o ese reino para edificar y plantar. Pero si hace lo malo ante mis ojos, y desoye mi voz, desistiré del bien que había determinado hacerle (Jer. 18:7-10).
La palabra de Dios es enviada para cumplir su misión: "Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y prosperará en lo que le ordené" (Isa. 55:11). " ¿No es mi palabra como fuego, y como martillo que quiebra la piedra?', dice el Señor" (Jer. 23:29).
El faraón y los egipcios tuvieron la misma oportunidad, pero la desaprovecharon. ¡Qué tragedia para él, su familia y todo el país! Los egipcios e incluso sus animales sufrieron mucho. En el Mar Rojo, todo el ejército egipcio se ahogó. Esta tragedia podría haberse evitado rindiéndose al Señor amoroso, santo, bondadoso y soberano.
El término Egipto (traducción de la palabra hebrea mitsrayim, una forma dual derivada según los estudiosos de la raíz tsur, "atar, encerrar, asediar, oprimir, presionar con fuerza", o de mat-sar, "atar, confinar, limitar") significa "doble amarre, sujeción, asedio o aflicción". A su vez, el término hebreo matsur significa "aflicción o asedio". Egipto mantuvo al pueblo de Dios no solo en la esclavitud física, sino también mental y espiritual a causa del temor y bajo el yugo de su panteón de dioses. Necesitaban ser liberados de esta doble esclavitud para poder amar y servir al Señor con todo su corazón, mente y fuerzas desde lo más profundo de su ser.
Dios ordenó siete veces al Faraón por medio de Moisés: "Deja ir a mi pueblo" (Éxo. 5:2; 7:16; 8:2, 20; 9:1,13; 10:3; ver también la frase condicional negativa en 8:21). No había manera de que el monarca no entendiera el requerimiento divino. Sin embargo, la respuesta del faraón fue sorprendente: ¿Quién es el Señor para que yo obedezca su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco al Señor, ni tampoco dejaré ir a Israel" (Éxo. 5:2).
El faraón veía en los hebreos una mano de obra útil y barata. Trabajaban como esclavos para Egipto, y los faraones disfrutaban de los beneficios de la labor de aquellos (ver Éxo. 1:11). Cuando Moisés presentó al faraón la exigencia de Dios: "Deja ir a mi pueblo", el faraón desafió, ignoró y rechazó la demanda divina. Esta es la razón por la que, en las partes proféticas de la Biblia, Egipto representa un poder antagónico, agnóstico y ateo contra Dios, su ley y su pueblo. Egipto no respetó al verdadero Señor viviente y lo sustituyó por su propio orgullo, sus dioses, su fuerza y su opresión. El Faraón se creía divino, el hijo del dios Ra, lo cual estaba detrás de su arrogancia y confianza en su presunto poder supremo e inteligencia.
Comentando la actitud del faraón, Elena de White concluye sabiamente:
De todas las naciones mencionadas en la historia bíblica, fue Egipto la que con más osadía negó la existencia del Dios vivo y resistió sus mandatos. Ningún monarca se aventuró jamás a rebelarse tan osada y altaneramente contra la autoridad del Cielo como el rey de Egipto. Cuando se presentó Moisés ante él para comunicarle el mensaje del Señor, el faraón contestó con arrogancia [se cita Éxo. 5:2]. Esto es ateísmo; y la nación representada por Egipto iba a oponerse de un modo parecido a la voluntad del Dios vivo, y manifestaría el mismo espíritu de incredulidad y provocación. La 'gran ciudad' es también comparada 'simbólicamente' con Sodoma. La corrupción de Sodoma al quebrantar la ley de Dios se manifestó especialmente en su libertinaje. Y este pecado sería también un rasgo preeminente de la nación que cumpliría las especificaciones de este pasaje. [...] Esta profecía se cumplió de un modo muy preciso y sorprendente en la historia de Francia.3
Ella se refiere en esa cita a Apocalipsis 11:8, donde se describe la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII, que cambió el orden mundial.
Por lo tanto, Egipto es un símbolo del poder humano que confía en sí mismo, del sincretismo, del ateísmo, del secularismo e incluso del paganismo con sus dioses y poderes espiritistas, un poder que se opone a Dios con o sin jerga religiosa y que rechaza la autoridad de Dios. Esto se demostró claramente en la época de la Revolución Francesa, que mostró su poderío ateo y opuesto a Dios, su ley, su pueblo, la verdadera religión y el orden establecido. Esto es tipificado por el Faraón de Egipto, el rey del sur. Quienes confían en el Egipto espiritual serán avergonzados (Isa. 30:1-3).
CUANDO LA OBEDIENCIA TRAE PROBLEMAS
Moisés escuchó al Señor y transmitió el mensaje, pero Israel fue esclavizado aún más. Se les exigió la misma cantidad de trabajo, pero ya no se les suministraría la paja necesaria para el proceso, sino que deberían conseguirla ellos mismos. A su vez, los responsables de la cuota diaria de producción fueron golpeados (Éxo. 5:14). Ingenuamente, se quejaron al faraón esperando que obrara con justicia, pero sus esperanzas se vieron defraudadas y se los acusó de pereza. Según el faraón, debían ser más laboriosos (vers. 17-19).
En su amargura, se quejaron a Moisés y Aarón, acusándolos de ser la fuente de sus problemas. Les parecía que Dios no estaba haciendo nada para protegerlos y librarlos, así que les reprocharon: "Que el Señor los examine y juzgue, pues nos han hecho odiosos a Faraón y a todos sus siervos, dándoles la espada en la mano para que nos maten" (vers. 21).
El encuentro de Moisés con el faraón le acarreó más problemas, dificultades y sufrimiento inesperados. Moisés estaba tan frustrado que dijo a Dios: "Señor, ¿por qué afliges a este pueblo? ¿Para qué me enviaste?" (vers. 22).
Moisés estaba muy molesto e irritado. Su reiterado "por qué" es elocuente. Rebosaba de profunda decepción y declaró: "¿Para qué me enviaste?". Detrás hay una alusión a la razón por la que no había querido ser "enviado" allí. Todo había empeorado. Por lo tanto, sintió que había tenido razón al resistirse a ir a Egipto. Y añadió: "Desde que yo vine a Faraón para hablarle en tu nombre, ha maltratado a este pueblo, y tú no lo has librado" (vers. 23).
En ese momento de gran descontento y desánimo, Dios aseguró a Moisés que las circunstancias cambiarían. La liberación de los israelitas sería dramática: "Ahora verás lo que haré a Faraón, porque bajo una mano fuerte los dejará salir, y bajo una mano fuerte los echará de su tierra" (Éxo. 6:1). Lo que Dios prometió a Abraham, Isaac y Jacob por fin sucedería.
El libro de Éxodo registra por primera vez la solemne declaración: "Yo soy el Señor (YHWH)" (Éxo. 6:2). Esta importante fórmula de identificación divina es utilizada dieciocho veces en el libro (Éxo. 6:2, 6, 7, 8, 29; 7:5,17; 8:22; 10:2; 12:12; 14:4,18; 15:26; 16:12; 20:2; 29:46 [dos veces]; 31:13) y resulta crucial pues revela solemnemente quién es Dios. Es el Señor de su pueblo, el Dios del pacto, el Señor cercano, personal y solícito. Él intervendría para liberar a Israel.
Éxodo 6:2-9 también menciona por primera vez que los israelitas conocerían por experiencia a su Señor porque verían en acción su mano fuerte y su cuidado para con ellos. Pronto serían libres para el Señor, ya que su Dios obraría en favor de ellos. Antes se había dicho que Dios conocía la miseria, el sufrimiento, el dolor y la opresión de su pueblo (Éxo. 3:7). Ahora, Israel lo conocería personalmente porque él cumpliría sus promesas. El énfasis está puesto en el "yo" divino, que indica lo que él hará por Israel. Dios renueva siete promesas hechas a ellos, las cuales dan testimonio de sus inminentes acciones: (1) "Los sacaré de debajo de las pesadas cargas de Egipto"; (2) "los libraré"; (3) "los redimiré"; (4) "los haré mi pueblo"; (5) "seré su Dios"; (6) "los llevaré a la tierra [prometida]"; y (7) "se la daré por heredad". Estas promesas están contenidas en la magnífica proclamación de Dios: "Yo soy el Señor" (Éxo. 6:6-8).
Siempre podemos contar con las promesas de Dios porque él no cambia y cumple su palabra (Mal. 3:6; Sal. 33:9; Isa. 40:8).
1 Se puede encontrar más información sobre el significado de los diferentes aspectos de la gracia de Dios en mi artículo "God's Blazing Grace", Current: Faith Meets Ufe and Culture 10 (2022), pp. 25-29; o en la versión abreviada "Surprising Grace", Ministry, enero de 2022, pp. 6-8.
2 Acerca de este interrogante, ver mi artículo "La voz profética en el Antiguo Testamento", en El don de profecía en las Escrituras y la historia, ed. Alberto R. Tímm y Dwain N. Esmond (Silver Spring, MI: Review and Herald, 2015), pp. 1-42.
3 Elena de White, El conflicto de los siglos (Florida: ACES, 2015), p. 312.
1 Ver la Guía de Estudio de la Biblia para la Escuela Sabática de Maestros de este trimestre, que contiene detalles de esta estructura literaria y vislumbres adicionales.
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