Viernes 25 de julio | Lección 4
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR
Lee el capítulo titulado “Las plagas de Egipto” en el libro Patriarcas y
profetas, de Elena de White, pp. 269-278.
“[Dios] permitió que su pueblo experimentara la terrible crueldad de los egipcios
para que no fueran engañados por la degradante influencia de la idolatría. En
su trato con el faraón, el Señor mostró su odio por la idolatría, y su firme
decisión de castigar la crueldad y la opresión. [...]
Dios había declarado tocante a Faraón: ‘Pero yo endureceré su corazón, de
modo que no dejará ir al pueblo’ (Éxo. 4:21). No fue ejercido un poder
sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio a Faraón las
evidencias más notables del poder divino; pero el monarca rehusó obstinadamente
aceptar la luz.
Toda manifestación de poder infinito que él rechazaba lo empecinaba más
en su rebelión. Las semillas de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el
primer milagro, produjeron su cosecha” (Elena de White, Patriarcas y profetas,
p. 273).
“El Sol y la Luna eran para los egipcios objetos de adoración; en esas
tinieblas misteriosas, tanto la gente como sus dioses fueron heridos por el
poder que había patrocinado la causa de los siervos. Sin embargo, por espantoso
que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de Dios y su falta de voluntad
para destruir. Estaba dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse
antes de enviarles la última y más terrible de las plagas” (Patriarcas y
profetas, p. 278).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Reflexiona acerca de por qué el faraón se endureció tanto contra la
opción obviamente correcta; a saber, ¡dejar ir al pueblo! ¿Cómo puede alguien engañarse
tanto a sí mismo? ¿Qué advertencia representa esto para nosotros acerca del
peligro de obstinarnos en el pecado al punto de tomar decisiones desastrosas
aunque el camino correcto esté ante nosotros todo el tiempo? ¿Qué otros
personajes bíblicos cometieron el mismo error? Piensa, por ejemplo, en Judas.
2. En un momento dado, en medio de la devastación que el faraón había acarreado
a su propia tierra y a su pueblo, declaró: “He pecado esta vez. El Señor es
justo, y yo y mi pueblo impíos” (Éxo. 9:27). Aunque esa era una maravillosa
confesión de pecado, ¿cómo sabemos que no era sincera?
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